San Amós (Profeta)
Antes de su vocación, Amós fue pastor y labrador que apacentaba sus ovejas y cultivaba cabrahígos (planta masculina de la higuera silvestre) en Tekoa, localidad de la montaña de Judá, situada a 20 Kilómetros al sur de Jerusalén. A pesar de su pertenencia al reino de Judá, Dios lo llamó al reino de Israel (cfr:1, 1; 7, 14s ) para que predicase contra la corrupción moral y religiosa de aquel país cismático que se había separado de Judá y el Templo.
El marco en que desempeña su ministerio profético está situado junto al santuario de Betel. Desde un principio, el profeta se mostró intrépido defensor de la Ley de Dios, especialmente en su encarnizada lucha contra el culto del becerro de oro erigido en Betel. Perseguido por Amasías, sacerdote de aquel becerro (7, 10), el profeta murió mártir, según una tradición judía. La Iglesia le conmemora en el calendario de los santos del 31 Marzo.
Los dos primeros capítulos contienen amenazas contra los pueblos vecinos, mientras los capítulos 3 a 6 comprenden profecías contra el reino de Israel por sus extorsiones, avaricia, fraudes e idolatría.
Los capítulos 7 a 9 presentan cinco visiones proféticas acerca del juicio de Dios sobre su pueblo y el reino mesiánico, a cuya maravillas dedica los últimos versículos, como lo hacen también Oseas, Joel, Abdías y casi todos los Profetas Mayores y Menores. Y la época particular de su función para hablar en nombre de de Dios, es en el reinado de Jeroboán II (783-743 a. C.).
Es uno de los momentos gloriosos del pueblo de Israel consideradas las cosas desde el punto de vista humano; se vive en paz y tranquilidad, el Reino del Norte se extiende y enriquece hasta el punto que el lujo de los grandes y poderosos es un insulto para la miseria en que está el pueblo. Incluso el esplendor del culto, encubre la ausencia de una religión verdadera.
Con un estilo sencillo y tan rudo como cabe esperar de un pastor que pasa su vida entre los animales que cuida en soledad, condena la vida corrompida de las ciudades, se indigna por las desigualdades sociales que claman al cielo como grita una injusticia y protesta por la falsa seguridad depositada por sus contemporáneos en los ritos religiosos que están vacíos porque no llevan a compromisos personales.
Dios castigará a los poderosos -clase dirigente- de Samaría que pecan maltratando a los pequeños del pueblo. Critica las idolatrías, violencias, injusticias, disolución y universal corrupción en la que está sumido el rebaño elegido. Por primera vez emplea dos expresiones que luego serán utilizadas ampliamente en la literatura profética posterior.
Habla del ”día de Yahwéh”, cargado de acentos terribles, para designar el momento en que Dios tomará justas decisiones reivindicativas; en medio de tinieblas, Yahwéh castigará a Israel por sus maldades, utilizando a un pueblo que en la mente del profeta Amós es Asíria.
Otra expresión novedosa es el resto, término con el que se quiere designar a una porción de israelitas fieles al yawismo puro en quienes reposará la esperanza de una perspectiva de salvación posterior. Desde siempre ambicionó el hombre las riquezas para poseer, el poder para dominar a los demás y la gloria para alimentar su soberbia; esto trae como directa consecuencia el oscurecimiento y eclipse de Dios. Amós, profeta, dijo en su nombre que Él mira y valora lo de adentro.
Cumplió con valentía el encargo dificultoso de hablar claro y sin tapujos para clarificar actitudes, aunque le llevaran a sufrir las acusaciones de Amasías, sacerdote de Betel, y la persecución de su hijo Ozías.
” En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuesra fe; porque, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” I Jn 5, 3-5