San Antonio María Claret, obispo y fundador
San Antonio María Claret, obispo, que, ordenado presbítero, durante varios años se dedicó a predicar al pueblo por las comarcas de Cataluña, en España. Fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María y, ordenado obispo de Santiago de Cuba, trabajó de modo admirable por el bien de las almas. Habiendo regresado a España, tuvo que soportar muchas pruebas por causa de la Iglesia, y murió desterrado en el monasterio de monjes cistercienses de Fontfroide, cerca de Narbona, en el mediodía de Francia.
A pesar de su nombre rimbombante, Antonio María Claret y Clara fue un arzobispo de origen relativamente humilde. Nació en 1807, en Sallent, España. En su juventud trabajó con su padre como tejedor y, en sus ratos libres, aprendía el latín y el oficio de impresor. A los veintidós años ingresó en el seminario de Vich, donde se ordenó sacerdote en 1835. Algunos años más tarde pensó en hacerse cartujo, pero, como no tenía salud suficiente para resistir la dura vida de los monjes, se trasladó a Roma y entró en el noviciado de la Compañía de Jesús, con el propósito de-partir a las misiones extranjeras. Su mala salud no resistió el noviciado y el padre general de la Compañía le aconsejó que volviese a España a trabajar en la evangelización de sus compatriotas. Así lo hizo el P. Antonio y durante diez años predicó misiones y retiros en toda Cataluña. Por entonces ayudó a santa Joaquina de Mas a fundar la congregación de las Carmelitas de la Caridad. El celo del santo movió a otros sacerdotes a seguir su ejemplo.
En 1849, gracias al P. Claret principalmente, se fundó la congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Actualmente los «claretianos», como suele llamárselos, se hallan extendidos no sólo en España, sino también en América y otras partes. Poco después de la fundación de esa gran obra, el P. Claret fue elegido obispo de Santiago de Cuba. La tarea era excepcionalmente difícil, ya que una organización de fanáticos y turbulentos anticristianos combatieron sistemáticamente todas las reformas emprendidas por el santo. Como si ello no fuese suficiente, atentaron varias veces contra su vida. En cierta ocasión, un hombre, furioso de que el santo hubiese convertido a su amante, le hirió gravemente. El propio san Antonio intercedió por el agresor y logró que se le conmutase la pena de muerte.
En 1857 volvió San Antonio a España como confesor de la reina Isabel II, después de renunciar al gobierno de su diócesis. En la corte sólo residía el tiempo estrictamente necesario para el cumplimiento de sus funciones, el resto lo consagraba a predicar misiones y a difundir los buenos libros, especialmente en catalán. A él debe España la fundación de la Librería Religiosa de Barcelona, que ha ejercido una influencia enorme en el renacimiento religioso del país. Se dice que san Antonio predicó durante su vida 10.000 sermones y escribió cerca de 200 libros y folletos para instrucción y edificación del clero y el pueblo. Como rector del Escorial, estableció un laboratorio científico, un museo de historia natural, una escuela de música, otra de lenguas, etc. El santo vivía en perpetua unión con Dios; entre las gracias sobrenaturales más notables que el Señor le concedió, se contaban, además de los éxtasis, los dones de profecía y de curación.
Las condiciones políticas de España y la actitud de la reina para con la Santa Sede hicieron muy difícil la posición de san Antonio. Durante la revolución de 1868, fue desterrado junto con la reina. Entonces pasó a Roma, donde empleó su influencia en promover la definición de la infalibilidad pontificia. Sus amigos de España quisieron hacerle volver a su patria, pero el intento fracasó. San Antonio cayó gravemente enfermo en Francia y murió en el monasterio cisterciense de Fontfroide, cerca de Narbona, el 24 de octubre de 1870. Es beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934, y Pío XII lo canoniza el 7 de mayo de 1950.
Véase J. Echevarría, Recuerdos de Antonio Claret (1938), y D. Sargent, The Assignments of Antonio Claret (1950). En español y en catalán existen numerosas biografías: las de L. Clotet (1882) y J. Blanch (1924) han sido traducidas al francés. En Acta Apostolicae Sedis, vol. XCIV (1952), pp. 345-358, puede verse el decreto de canonización y un resumen biográfico.
Pocas vidas sacerdotales han sido tan probadas como la de San Antonio María Claret. Nació en Sallent en 1807 y trabajó en un principio como tejedor, entrando más tarde en el seminario. Ordenado de sacerdote en 1835, no tardó en hallar su camino como predicador popular (1843). Recorrería Cataluña durante cinco años, pasando más tarde a Canarias a causa de los odios suscitados contra él por su palabra sin contemplaciones. En 1849, reunió en torno a sí a algunos sacerdotes, fundando el Instituto misionero de los Hijos del Corazón Inmaculado de María. En 1850, el P. Claret era nombrado arzobispo de Santiago de Cuba. Había de consagrar seis años, al apostolado de la gran isla, que recorrió sin descanso, predicando, confirmando y fustigando los vicios y abusos económicos. Nuevamente los odios, en especial por parte de los propietarios de esclavos, le asaltaron. Por quince veces se atentó contra su vida. En 1857, le correspondió una tarea inesperada: era elegido como confesor por la reina de España Isabel II, mujer de costumbres relajadas. Tomó él con toda seriedad su función de consejero espiritual de la corona, cosa que le valió nuevamente las peores calumnias. Diez años más tarde la revolución expulsaba a los Borbones y Antonio Claret debió partir al destierro (1868). Pasó a residir en Francia, al principio en Pau, después en París y finalmente en la abadía de Fuentefría (Ande), donde murió en 1870 sin que el odio de sus enemigos dejara de acosarle. Es el último confesor de reyes que hay en el santoral, el último confesor regio en una época en la que parece que no hay ya monarcas santos; y confesor además de una reina, la española Isabel II, que no se distinguió por su ejemplaridad. Toda una hazaña la de este catalán de aspecto campesino y aIgo tosco en cuya vida se ha cebado la calumnia. Lo cual era inevitable. En pleno siglo XIX y en la turbulenta España isabelina, vivir en el centro de la corte aun sin querer hacer política era influir en la política nacional, al Padre Claret no se lo perdonaron, y la historia y la literatura siguen repletas de ataques de una tremenda malignidad, suponiéndole una especie de eminencia gris de la voluble y desbrujulada Isabel. Su vida es mucho más rica que el período madrileño; empieza siendo un joven entregado al trabajo con un ardor singular, luego hay como una conversión, con dos intentos de entrar en órdenes tan dispares – cartujos y jesuitas que ya bastan para indicar que andaba lejos de su camino, hasta quedarse en cura de pueblo, que es donde da toda su medida de apóstol. El arzobispado de Cuba es una ampliación gigantesca de su actividad en Viladrau, y por fin Madrid, la etapa que termina con el destierro y con su intervención, ya al borde de la muerte, en el concilio Vaticano I. Infatigable de actividad pastoral, fundador, catequista de la pluma, asiduo al confesionario, taumaturgo, vidente, es un impresionante santo muy próximo a nosotros en el tiempo.
Oremos
Dios nuestro, que infundiste en San Antonio María Claret una gran fortaleza y una admirable caridad para llevar à cabo la evangelización de los pueblos, concédenos, por su intercesión, que busquemos siempre tu reino en todo lo que hagamos y que nos dediquemos, con empeño, à ganar à nuestros hermanos para Cristo. Que vive y reina contigo.