21 de Septiembre
Profeta Abdías
Los Profetas
Abdías
Son muy escasos las noticias sobre Abdías, cuyo nombre hebreo Obadyah significa siervo de Yahvé. San Jerónimo lo identifica con aquel Abdías, mayordomo de Acab, que alimentó a los cien Profetas que habían huido del furor de Jezabel ( I Rey. 18, 21).
Los escrituristas modernos, en su mayoría, no se adhieren a esta opinión. Sea lo que fuere, el tiempo en que actuó el autor de esta pequeña pero muy impresionante profecía, debe ser anterior a los Profetas, Joel, Amós y Jeremías, los cuales ya la conocían y la citaban. Lo más probable parece que haya profetizado en Judá, alrededor de 885 a. C., cuando Elías profetizaba en Israel, (véase v. 12).
Su único capítulo contiene dos visiones. La primera se refiere a los idumeos (edomitas), un pueblo típicamente irreligioso y enemigo hereditario de los judíos y que se unía siempre a sus perseguidores. “Pero el día del Señor se aproxima; Dios se vengará a Sí mismo y vengará a Israel, contra los idumeos y contra todas las naciones gentiles. Los israelitas, al contrario, serán bendecidos; se apoderarán del territorio de sus opresores, y luego Jehová reinará glorioso y para siempre en Sión”. (Fillion). A esta restauración de Israel se refiere la segunda parte de la profecía.
Jonás
No hay motivo para dudar que Jonás sea el mismo profeta, hijo de Amati o Amittai (cfr. 1, 1), que en tiempo de Jeroboam II (783-743 a. C.) predijo una victoria sobre los asirios (II Rey. 14, 25). La tradición judía cree que fue también el que ungió al rey Jehú por encargo del profeta Eliseo (II Rey. 9, 1 ss.).
Los cuatro capitulos del libro no son profecía propiamente dicha, sino más bien relato –probablemente escrito por el mismo Jonás, aunque habla en tercera persona- de un viaje del profeta a Nínive y de las dramáticas aventuras que le ocurrieron con motivo de su misión en aquella capital. Sin embargo, todos en conjunto, revisten carácter profético, como lo atestigua el mismo Jesucristo en Mat. 12, 40, estableciendo al mismo tiempo la historicidad de Jonás, que algunos han querido mirar como simple parábola (cfr. 2, 1 ). San Jerónimo, empleando un juego de palabras, dice que “ Jonás, la hermosa paloma (yoná significa en hebreo paloma), fue en su naufragio figura profética de la muerte de Jesucristo. El movió a penitencia al mundo pagano de Nínive y le anunció la salud venidera”.
La nota característica de esta emocionante historia consiste en la concepción universalista del reino de Dios y en la anticipación del Evangelio de la misericordia del Padre celestial, “que es bueno con los desagradecidos y malos” (Luc. 6, 35). El caso de Jonás encierra así un vivo reproche, tanto para los que consideran el reino de Dios como una cosa reservada para ellos solos, cuanto para los que se escandalizan de que la divina bondad supere a lo que el hombre es capaz de concebir.
En cuanto a la personalidad de Jonás, para formarse de ella un concepto exacto ha de tenerse presente que Dios no se propone aquí ofrecernos un ejemplo de vida santa, ni de celo en la predicación, ni de sabiduría, como en Jeremías, Ezequiel o Daniel, sino, a la inversa, mostrarnos la lección de sus yerros. La labor profética de Jonás en ese libro se limita a un versículo (3, 4), donde anuncia y repite escuetamente que Nínive será destruida, sin exponer doctrina, ni formular siquiera un llamado a la conversión. Y en cuanto a la actuación y conducta personal del profeta, vemos que empieza con una desobediencia (1, 3) y que, no obstante la gran prueba que sufre y de la cual Dios lo salva (cap. 2, 9) y el otro por falta de resignación. Lejos, pues, de proponérselo Dios como tipo de imitación; la enseñanza del libro consiste, al contrario, en descubrirnos al desnudo las debilidades del profeta, como sucede hasta con San Pedro; lo cual es ciertamente un espejo precioso para que aprendamos a reconocer que las miserias nuestras no son menores que las de Jonás, y lo imitemos, eso sí, en la rectitud con que se declara culpable (1, 12) y en la confianza que manifiesta su hermosa plegaria del capítulo 2.
La Iglesia conmemora a Jonás el día 21 de septiembre. Su imagen se usaba ya en las catacumbas como figura de Cristo que fue “muerto y sepultado y al tercer día resucitó de entre los muertos”, y cuya resurrección es prenda de la nuestra. Jonás es también tipo de nuestro Salvador, en cuanto enviado, que desde Israel trajo la salvación a los gentiles (Luc. 2, 32) y representa de este modo la vocación apostólica del pueblo de Dios (Véase S. 95, 3).
MENSAJEROS DE DIOS Mensajeros de Dios dadnos la Nueva: mensajeros de paz, sea paz nuestra. Mensajeros de luz, sea luz nuestra; mensajeros de fe, sea fe nuestra. Mensajeros del Rey, sea rey nuestro; mensajeros de amor, sea amor nuestro. Amén.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni creatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.