22 de Julio
San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia
Llamado en el siglo César de Rossi, nació en Brindisi, ciudad del reino de Nápoles, en 1559. Pertenecía a una familia veneciana de cierto renombre. Se educó primero en el convento de los franciscanos de su ciudad natal y, después, bajo la dirección de un tío suyo, en el Colegio de San Marcos de Venecia. Hizo rápidos progresos, tanto desde el punto de vista intelectual como espiritual y a los dieciséis años ingresó en el convento de los capuchinos de Verona; con el hábito religioso recibió el nombre de Lorenzo. Durante sus estudios de filosofía y teología en la Universidad de Padua, se distinguió por su extraordinario don de lenguas: aprendió el griego, el hebreo, el alemán, el bohemio, el francés, el español y llegó a conocer muy a fondo el texto de la Biblia. Era todavía diácono, cuando predicó una serie de sermones cuaresmales. Después de su ordenación presbiteral, predicó con gran fruto en Padua, Verona, Vicenza y otras ciudades del norte de Italia. En 1596, pasó a Roma a ejercer el cargo de definidor de su orden, y el papa Clemente VIII le pidió que trabajase especialmente por la conversión de los judíos. Tuvo en ello gran éxito, ya que a su erudición y santidad de vida unía un profundo conocimiento del hebreo. Sus superiores le enviaron más tarde, junto con el beato Benito de Urbino, a establecer a los capuchinos en Alemania como una muralla contra el protestantismo. Los dos misioneros empezaron por atender a las víctimas de una epidemia de peste; más tarde, fundaron conventos en Praga, Viena y Corizia, de donde habían de nacer con el tiempo las provincias franciscanas de Bohemia, Austria y Estiria. En el capítulo de 1602, san Lorenzo fue elegido superior general de su orden. Desempeñó su cargo con vigor y caridad. Al punto emprendió la visita de las provincias, pero, en 1605, se negó a aceptar la reelección, pues pensaba que Dios le reservaba para otras empresas.
Cuando era vicario general, el emperador Rodolfo II le envió en misión diplomática a conseguir la ayuda de los príncipes alemanes contra los turcos, cuya amenaza se cernía sobre toda Hungría. El santo tuvo éxito en su misión y fue nombrado capellán general del ejército que se había formado gracias a sus esfuerzos. En algunas ocasiones, san Lorenzo fue prácticamente general en jefe del ejército; por ejemplo, antes de la batalla de Szekes-Fehervar, en 1601, los generales le consultaron, el santo les aconsejó que atacasen, arengó personalmente a las tropas y partió al frente de las fuerzas de ataque, sin más arma que un crucifijo. La aplastante derrota que sufrieron los turcos fue atribuída por todos a san Lorenzo. Se cuenta que, al volver de la campaña, se detuvo en el convento de Gorizia, donde el Señor se le apareció en el coro y le dio la comunión por su propia mano. Tras de algún tiempo de predicar y reconciliar con la Iglesia a los herejes de Alemania, recibió del emperador la comisión de persuadir a Felipe III de España a que se uniese a la Liga Católica y aprovechó la ocasión para fundar un convento de capuchinos en Madrid. Después, fue enviado a Munich como nuncio de la Santa Sede ante Maximiliano de Baviera, el jefe de la Liga. Desde ahí administró dos provincias de su orden y prosiguió su tarea de pacificación y predicación. En 1618, tras de haber mediado dos veces en las diferencias reales, se retiró al convento de Caserta, con la esperanza de verse libre de todas las distracciones mundanas, por más que siempre había hecho todo lo posible por evitar que sus actividades en los asuntos seculares estorbasen a su santificación. Dios le había concedido una gracia especial para ello y el santo era frecuentemente arrebatado en éxtasis mientras celebraba la misa, de suerte que puede decirse que su vida interior constituía el punto de partida de todas sus actividades exteriores.
Los príncipes y gobernantes, por muy irreligiosos que sean, suelen apreciar los servicios de los hombres verdaderamente santos. Los principales señores de Nápoles acudían a san Lorenzo para presentarle sus quejas por la tiranía del virrey español, el duque de Osuna, y le pedían que fuese a la corte del rey Felipe para evitar que el pueblo se levantase en armas. El santo no era aún muy viejo, pero estaba enfermo y achacoso. Cuando llegó a Madrid, supo que el rey no estaba en la ciudad, sino en Lisboa. Así pues, prosiguió su camino a Portugal, en pleno calor del estío. Usó de toda su elocuencia y su poder de persuasión y logró que el monarca prometiese relevar del cargo de virrey al duque de Osuna.
San Lorenzo retornó entonces a su convento y ahí falleció el día de su cumpleaños, 22 de julio de 1619. Fue sepultado en el cementerio de las Clarisas Pobres de Villafranca. Su beatificación tuvo lugar en 1783; durante el proceso, se examinaron a fondo sus escritos y los expertos declararon que “merecía contarse entre los doctores de la Iglesia”. La mayor parte de dichos escritos son sermones; pero hay también un comentario del Génesis y algunas obras contra Lutero. Hasta hace poco, habían permanecido inéditos, pero los capuchinos de la provincia de Venecia han publicado las Opera omnia de San Lorenzo (Edición Quaracchi, crítica, 15 volúmenes, 1928- 1956). San Lorenzo fue canonizado en 1881, y en 1959 SS Juan XXIII lo nombró «Doctor Apostólico de la Iglesia».