27 de Diciembre
San Juan, apóstol y evangelista
Fiesta de san Juan, apóstol y evangelista, hijo de Zebedeo, que junto con su hermano Santiago y con Pedro fue testigo de la transfiguración y de la pasión del Señor, y al pie de la cruz recibió de Él a María como madre. En su evangelio y en otros escritos se muestra como teólogo, habiendo contemplado la gloria del Verbo encarnado y anunciando lo que vio.
Aunque un santoral no es el lugar propio de una discusión crítica sobre las cuestiones de la autoría de los libros bíblicos, el santo que rememoramos hoy está en el centro de un problema en los estudios bíblicos llamado precisamente el «problema joánico»; he buscado mucho en santorales para hallar una hagiografía reproducible antes de decidirme a escribir esto, y veo que más o menos se opta por saltar alegremente por sobre el asunto y dar por hecho que conocemos -y casi que somos íntimos- del personaje, como para ponernos a hablar de sus siete virtudes y catorce actos heroicos, cuando a lo mejor un santoral es una ocasión mucho más cercana que un manual especializado para que el «gran público» tome conciencia de los problemas, de las herramientas y de los métodos, así como de los límites, de un estudio bíblico, de lo que sabemos y de lo que no sabemos. La misma redacción actual del Martirologio, aunque conserva su sabor antiguo, ha incorporado decenas de «decisiones críticas», que obviamente no estaban -ni podían estar, por ser más recientes- en la edición anterior. Veamos cómo nos presenta una y otra edición del Martirologio a san Juan:
En Éfeso, nacimiento [en el cielo] de san Juan, Apóstol y Evangelista, quien, después de escribir el Evangelio, después de estar relegado en exilio y de recibir la Revelación (Apocalipsis) divina, perviviendo hasta el tiempo del Príncipe Trajano [98-117], fundó y dirigió iglesias por toda Asia, y por fin, agotado por la edad, en el año sexagésimo octavo después de la Pasión del Señor [hacia el 101], murió, y en la misma ciudad fue sepultado. (Vetus Martyrologium Romanum, ed. 1956)1.
El mismo apóstol en el martirologio actual:
Fiesta de san Juan, apóstol y evangelista, hijo de Zebedeo, que, junto con su hermano Santiago y con Pedro, fue testigo de la transfiguración y de la pasión del Señor, y al pie de la cruz recibió de Él a María como madre. En su evangelio y en otros escritos se muestra como teólogo, habiendo contemplado la gloria del Verbo encarnado y anunciando lo que vio (s. I).
¿Qué es lo que ha cambiado de uno a otro? Sencillamente el Martirologio se ha hecho esta pregunta:¿qué es lo que, respecto del apóstol Juan, sabemos o podemos razonablemente suponer? Muchas de las respuestas que puede dar el estudio bíblico en la actualidad son hipótesis de trabajo, quizás mañana cambien, ¡pero así es el saber humano, esencialmente mudable! pero el más importante cambio de un martirologio a otro no es que hayan desaparecido unas afirmaciones y aparecido otras, sino que por fin cosas que no eran «de fe» sino de conocimiento histórico, o literario, o biográfico, han sido reconocidos como tales.
Veamos una a una las distintas cosas que «sabemos y no sabemos»:
–¿fue san Juan un apóstol del Señor, del grupo que luego se llamará de «los Doce», es decir, del grupo inicial, jerárquicamente distinto a los demás discípulos -que los hubo en cantidad- de Jesús? Sí, eso lo podemos afirmar más alla de toda duda: por los evangelios sabemos que Juan era hermano de otro de los apóstoles -uno de los Santiagos, el llamado «mayor»-, hijos de Zebedeo, a quienes Jesús, según Mc 3,17, les puso el sobrenombre «Boanerges», «hijos de trueno», tal vez por su carácter fogoso (Lc 9,54), aunque el sobrenombre no cumple ninguna función en la narración.
–¿Eran los hijos de Zebedeo parientes de Jesús? La cuestión es harto complicada y ramificada. No proviene de una cuestión estríctamente biográfica o histórica, sino que está mezclada (innecesariamente, a mi entender) con una cuestión dogmática: Los Evangelios mencionan unos «hermanos de Jesús», sin mayores explicaciones, y luego un personaje mencionado en los Hechos de los Apóstoles llamado Santiago -al parecer importantísimo en los primeros años de la Iglesia-, deriva su autoridad de ser «hermano del Señor», al que la tradición posterior, siguiendo a san Jerónimo, identifica con «Santiago de Alfeo», uno de los Doce (pero no hay suficiente base histórica para afirmarlo). Que Jesús tuvo un grupo de «hermanos» está fuera de toda duda, porque lo afirman taxativamente los evangelios, el problema es de dónde salen estos hermanos: sabemos que no pueden ser hijos de la Virgen, así que queda como solución que sean:
a) hijos de un primer matrimonio de José (viudo y casado en segundas nupcias con la Virgen) como afirma alguna parte de la tradición,
b) «hermanos» en un sentido amplio y muy oriental («primos», «parientes», «convivientes»), que es la versión más aceptada por la tradición, o
c) quizás prohijados («adoptivos») en casa de María y José, de algún pariente fallecido.
Cualquiera de las tres soluciones es posible e históricamente aceptable, y -como se ve- no es necesario tocar el dogma de la virginidad de María para solucionar de manera del todo correcta y plausible el problema. La cuestión es que la tradición posterior, sobre todo en los siglos II y III, no contenta con tener una solución perfectamente razonable a la cuestión de los «hermanos del Señor», se lanzó a la caza de los primos, y dio por ciertas unas identificaciones que de ninguna manera el material del que disponemos permite hacer. Y así, Juan resulta ser «primo de Jesús» sobre la base de que la «Salomé» nombrada en Mc 15,40 sea la misma que la «Madre de los hijos de Zebedeo» nombrada en Mt 27,56; si además suponemos, conforme a Jn 19,25 que dice que junto a la cruz estaban «su madre y la hermana de su madre», entonces resultaría esta Salomé (¡si es la hermana de la Virgen!) ser tía de Jesús, y por tanto sus hijos, los de Zebedeo, primos… la base es completamente débil, supone un malabarismo genealógico no sólo incomprobable sino auténticamente gratuito, ya que no necesitamos para nada saber quiénes eran y cómo se llamaban los «hermanos de Jesús», y en cambio sí necesitamos -para comprender adecuadamente los evangelios- tener bien en claro que Jesús no buscó el seguimiento de sus parientes, y queprefirió el llamado y la elección, por sobre los vínculos de la sangre: su propia Madre llega ser la perfecta Discípula en la cruz, alcanzando así aun una mayor grandeza, si cabe. Así que, ¿eran los hijos de Zebedeo primos de Jesús? A lo que podemos razonablemente afirmar: no.
–¿Fue san Juan el autor del Cuarto Evangelio, las Cartas y el Apocalipsis? Poco podemos saber a ciencia cierta, más allá de toda duda, de la autoría efectiva, con nombre, de ningún libro bíblico, excepto un puñado de cartas de Pablo, y poco más. En la antigüedad era harto normal (no sólo en la Biblia sino en cualquier género de escrito) la «pseudoepigrafía», es decir, poner como nombre «de autor» a quien «da su autoridad» a la tradición de la que habla el libro, personaje que a veces incluso había fallecido. Así, algunas cartas «de Pablo» son pseudoepigráficas, y sólo son «de Pablo» en el sentido en que desarrollan su tradición y pensamiento, por parte de discípulos de su círculo; el libro «de Isaías» es hoy completamente reconocido que es de al menos dos o tres momentos históricos distintos, uno de los cuales, el inicial, es de Isaías profeta; a los otros dos, por comodidad, se los llama «Segundo» y «Tercer» Isaías, pero en realidad son autores anónimos emparentados a una distancia de décadas y aun de más de un siglo con el Isaías histórico. Estos son sólo ejemplos. Pero es para que se vea que no adelantamos nada con forzar a la Biblia a que sea lo que nos gustaría, tenemos que adaptar nuestra mentalidad a lo que ella es, si queremos entender lo que dice; y la Biblia es un libro antiguo, que sigue, por lo tanto, los usos habituales en los libros antiguos, que no son los nuestros. Con este proemio nos volvemos a hacer la pregunta: ¿fue el apóstol san Juan autor de los cinco escritos atribuidos a su nombre? con toda seguridad no lo es de los cinco. Comencemos por lo más fácil: las Cartas 2 y 3 están firmadas por «El presbítero», que podría coincidir con un tal «Juan el presbítero» que conocemos por algunos documentos antiguos. Así, en al lista de libros bíblicos del papa san Dámaso I (366-384), se dice «una Epístola de Juan Apóstol, dos Epístolas de otro Juan, presbítero», más tarde que esta fecha la tradición identificó estos dos juanes en uno solo y así, unos años más tarde, el papa san Inocencio I (401-417) dirá «tres cartas de Juan», identificando la vacilante tradición con un mismo personaje. Debe quedar claro al lector que las autorías no son objeto de fe, son constataciones histórico-biográficas, que pueden servir para profundizar en el estilo de un escrito, o para saber si podemos o no leer un escrito en relación a otro, pero nada más. Así que de las cartas queda vacilante, en general en la actualidad se suelen relacionar las tres cartas con el evangelio de Juan, pero no de la mano del mismo autor, sino que serían desarrollos de la «escuela joánica». Queda el problema del Evangelio y el Apocalipsis. Nadie lo ha resuelto satisfactoriamente hasta ahora, pero hay un aspecto que se puede decir que está razonablemente probado: no pueden ser del mismo autor, así que quien diga que el Apocalipsis es del apóstol Juan, no puede decir que el Evangelio es del apóstol Juan, y viceversa, quien diga que el Evangelio es del apóstol, tiene que renunciar a asignar esa misma autoría el Apocalipsis. Explicar por qué es excesivamente largo y fuera de contexto, pero se puede tomar como un dato seguro de la crítica literaria aplicada a la Biblia. Como vemos, el propio Martirologio ha optado por aceptar la autoría del apóstol Juan aplicada al Evangelio, y por tanto ya no menciona (como el Martirologio antiguo) al Apocalipsis como obra suya. Hay una tradición bastante firme, proveniente de san Ireneo, quien en «Adversus haereses» afirma que sabe por san Policarpo de Esmirna que el apóstol Juan «publicó» (exédoke) el Evangelio; otras tradiciones paralelas, que se basan en el testimonio de Papías afirman que el Apóstol Juan lo escribió. Aunque ninguna de esas tradiciones son obligatorias -tratándose de un problema histórico- de hecho son suficientemente cercanas al origen de los evangelios como para ser del todo atendibles. Como yo soy de los (no demasiados) partidarios de que el apóstol Juan es la autoridad apostólica del Apocalipsis, entonces no acepto la autoría joánica del Evangelio, pero nada obsta a afirmar lo contrario, de hecho las dos hipótesis son defendibles, mientras no se pretenda afirmar cada cosa según sople el viento. A quien hoy celebramos es al apóstol Juan, del círculo más íntimo de Jesús, sus «Doce», miembro de las «columnas de la Iglesia» al decir de san Pablo, y autor de un cierto número de escritos apostólicos, sean estos el Evangelio y alguna carta, o el Apocalipsis.
–¿Fue san Juan el “Discípulo Amado” que se menciona en el Cuarto Evangelio? esto sí que es imposible de resolver, y queda -y seguramente quedará- como hipótesis mientras dure el mundo. Si se afirma que es el apóstol con cuya autoridad se compuso el Cuarto Evangelio, hay que afirmar que es el Discípulo Amado, y si no, puede ser o no. Una tradición de hacia el 160, el «Canon de Muratori» afirma que la autoridad apostólica del Cuarto Evangelio es el apóstol Andrés; si se acepta eso, hay que afirmar que el discípulo amado es Andrés, si se acepta el testimonio de Ireneo, hay que admitir que es Juan. Lo cierto es que se trata de un personaje real, no de una figura literaria -como se afirmó durante un tiempo- y sin lugar a dudas es el garante de la autoridad apostólica de las enseñanzas del Cuarto Evangelio. Su identidad depende del ramillete de hipótesis que adoptemos en la cuestión de la autoría.
Sintiendo mucho haber cnvertido esta «hagiografía» (que no resulta serlo) en una exposición de hipótesis, pero deseando haber cumplido algún servicio a la comunidad cristiana distinguiendo lo que otros pretenden que vaya en paquete y sin que la gente se pregunte cosas, quisiera concluir con que estamos seguros de que celebramos a un personaje real, completamente real, un íntimo de Jesús, sea o no el Discípulo Amado, alguien que vio y dio testimonio, uno de los garantes de la apostolicidad de la fe, la haya expresado por medio del Evangelio, por medio del Apocalipsis, o en la transmisión viva de la predicación oral.