La salvación de Dios no viene de las cosas grandes, del poder o del dinero, de las alianzas clericales o políticas, sino de las cosas pequeñas y sencillas. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Las lecturas del día nos hablan de la indignación: se indigna un leproso, Naamán el Sirio, que pide al profeta Eliseo que lo cure, aunque no aprecia el modo sencillo con que esta curación debería producirse. Y se indignan los habitantes de Nazaret ante las palabras de Jesús, su conterráneo. Es la indignación frente al proyecto de salvación de Dios que no sigue nuestros esquemas. No es “como nosotros pensamos que es la salvación, aquella salvación que todos nosotros queremos”. Jesús siente el “desprecio” de los “doctores de la Ley que buscaban la salvación en la casuística de la moral” y en tantos preceptos, pero el pueblo no tenía confianza en ellos:
“O los saduceos que buscaban la salvación en los acuerdos con los poderes del mundo, con el Imperio… unos con los acuerdos clericales, otros con los acuerdos políticos, buscaban la salvación así. Pero el pueblo era sagaz y no creía. Sí creía a Jesús, porque hablaba ‘con autoridad’. Pero, ¿por qué esta indignación? Porque en nuestra imaginación, la salvación debe venir de algo grande, de algo majestuoso; sólo nos salvan los poderosos, aquellos que tienen fuerza, que tienen dinero, que tienen poder: estos pueden salvarnos. ¡Y el plan de Dios es otro! Se indignan porque no pueden comprender que la salvación sólo viene de lo pequeño, de la simplicidad de las cosas de Dios”.
“Cuando Jesús hace la propuesta del camino de salvación – prosiguió explicando el Papa Bergoglio – jamás habla de cosas grandes”, sino “de cosas pequeñas”. Son “las dos columnas del Evangelio” que se leen en Mateo, las Bienaventuranzas y, en el capítulo 25, el Juicio final, “Ven, ven conmigo porque hiciste esto”:
“Cosas sencillas. Tú no has buscado la salvación o tu esperanza en el poder, en los acuerdos, en las tratativas… no… has hecho sencillamente esto. Y esto indigna a tantos. Como preparación a la Pascua, yo lo invito – también lo haré yo – a leer las Bienaventuranzas y a leer Mateo 25, y pensar y ver si algo de esto me indigna, me quita la paz. Porque la indignación es un lujo que sólo pueden permitirse los vanidosos, los orgullosos. Si al final de las Bienaventuranzas Jesús dice una palabra que parece… ‘Pero, ¿por qué dice esto?’. ‘Bienaventurado aquel que no se escandaliza de mí’, que no tiene desdén de esto, que no siente indignación”.
El Papa Francisco concluyó su homilía con estas palabras:
“Nos hará bien dedicar un poco de tiempo – hoy, mañana – y leer las Bienaventuranzas, leer Mateo 25, y estar atentos a lo que sucede en nuestro corazón: si hay algo de indignación y pedir la gracia al Señor de comprender que la única vía de la salvación es la ‘locura de la Cruz’, es decir el aniquilamiento del Hijo de Dios, del hacerse pequeño. Representado, aquí, en el baño en el Jordán o en la pequeña aldea de Nazaret”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Fuente:News.Va