Solemnidad del nacimiento de Juan Bautista
Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”.
Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”.
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
Este pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?”. Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.
Reflexionemos
San Máximo de Turín (¿-c. 420), obispo
Sermón 99 ; PL 57, 535
“Es necesario que él crezca y yo disminuya”
Con razón, Juan Bautista puede decir del Señor nuestro Salvador: “hace falta que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). Esta afirmación se realiza en este mismo momento: al nacimiento de Cristo, los días aumentan; al de Juan, disminuyen… Cuando aparece el Salvador, el día, con toda evidencia, aumenta; retrocede en el momento en el que nace el último profeta, porque está escrito: “la Ley y los profetas reinaron hasta Juan” (Lc 16,16). Era inevitable que la observancia de la Ley se ensombrezca, en el momento en el que la gracia del Evangelio empieza a resplandecer; a la profecía del Antiguo Testamento le sucede la gloria del Nuevo…
El evangelista dice a propósito del Señor Jesucristo: “Él era la luz verdadera que alumbra a todo hombre” (Jn 1,9)… Es en el momento en el que la oscuridad de la noche cubría casi el día entero, cuando la súbita llegada del Señor, lo convirtió todo en claridad. Si su nacimiento hizo desaparecer las tinieblas de los pecados de la humanidad, su llegada dio fin a la noche y trajo a los hombres la luz y el día… El Señor dice que Juan es una lámpara: “Él es la lámpara que arde y que alumbra” (Jn 5,35). La luz de la lámpara palidece cuando brillan los rayos del sol; la llama baja, vencida por el resplandor de una luz más radiante. ¿Qué hombre razonable se sirve de una lámpara a pleno sol?… ¿Quién vendría todavía para recibir el bautismo de penitencia de Juan (Mc 1,4), cuando el bautismo de Jesús aporta la salvación?