Jueves de la séptima semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Marcos 9,41-50.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible.
Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena.
Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena,
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Porque cada uno será salado por el fuego.
La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros».
Reflexionemos
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilías sobre San Mateo (Trad. ©Evangelizo.org)
« La sal de la humildad»
Si quieren ser grandes no alardeen como el fariseo de la parábola (Lc 18:9s), y entonces serán verdaderamente grandes. Crean que no tienen méritos, y entonces tendrán. El publicano se reconoció pecador así mismo, y se convirtió en un justo; ¡cuanto más el justo que se reconoce pecador verá su justicia y sus méritos agrandarse! puesto que la humildad hace justo a un pecador, al reconocer la verdad de su vida; y en el alma de los justos la verdadera humildad actúa de manera más poderosa.
No pierdan entonces por la vanagloria los frutos que hubieran podido ganar por medio de sus trabajos, del salario de sus penas, de la recompensa de las labores de sus vidas. Dios conoce mejor que ustedes mismos el bien que hacen. Un simple vaso de agua fresca será recompensado. Dios aprueba la más pequeña limosna, y ni no pueden dar nada, incluso un suspiro de compasión. Dios acoge todo, y se acordará de todo para regresárselos al céntuplo.
Dejemos entonces de contar nuestros méritos y de desplegarlos a la luz del día. Si cantamos nuestros méritos, no seremos elogiados por Dios. Gimamos más bien por nuestra miseria, y Dios nos elevará ante los ojos de los demás. Él no quiere que el fruto de nuestra labor se pierda. En su ardiente amor quiere coronar nuestras más pequeñas acciones; él busca todas las ocasiones para librarnos de la gehena.