Viernes de la quinta semana de Cuaresma
Evangelio según San Juan 10,31-42.
Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: “Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?”.
Los judíos le respondieron: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios”.
Jesús les respondió: “¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses?
Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada-
¿Cómo dicen: ‘Tú blasfemas’, a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: “Yo soy Hijo de Dios”?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean;
pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre”.
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos.
Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí.
Muchos fueron a verlo, y la gente decía: “Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad”.
Y en ese lugar muchos creyeron en él.
Reflexionemos
San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermones diversos, nº 22, 5-6
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?»
Toda tu vida la debes a Cristo Jesús, puesto que él ha dado su vida por tu vida, y ha soportado toda clase de amargos tormentos a fin de que tú no tengas que soportar tormentos eternos… ¿Qué es lo que no te parecerá dulce cuando hayas acumulado en tu corazón todas las amarguras de tu Señor?… Así como los cielos son más altos que la tierra (Is 55,9), así su vida es más alta que la nuestra y, sin embargo, ha sido entregada por nuestra vida. Así como la nada no se puede comparar a ninguna cosa, igualmente nuestra vida no tiene proporción con la suya…
Aunque le consagrara todo lo que soy, todo lo que puedo, sería como una estrella comparada con el sol, una gota de agua con un río, una piedra con una torre, un grano de arena con una montaña. No tengo sino dos cosas pequeñas, y muy pequeñas: mi cuerpo y mi alma, o mejor dicho, sólo una pequeña cosa: mi voluntad. ¿Y no la daré al que ha colmado de tantos beneficios a un ser tan pequeño como yo, a aquel que dándose enteramente, me ha rescatado totalmente? Dicho de otra forma, si conservo para mí mi voluntad ¿con qué rostro, con qué ojos, con qué espíritu, con qué conciencia iré a refugiarme junto al corazón de la misericordia de nuestro Dios? ¿Me atreveré a agujerear esta muralla tan fuerte que guarda a Israel, y hacer correr como precio de mi rescate no sólo algunas gotas, sino las oleadas de esta sangre que mana de las cinco partes de su cuerpo?