Evangelio Hoy

Jueves de la tercera semana de Cuaresma

Evangelio según San Lucas 11,14-23. 

Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, 
pero algunos de ellos decían: “Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios”. 
Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. 
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: “Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. 
Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. 
Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. 
Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. 
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, 
pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. 
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. 

Reflexionemos

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo
Homilías sobre Josué, nº 15

“El que no recoge conmigo desparrama”

En la guerra contra los moabitas y amonitas, Josué [que lleva el mismo nombre que Jesús] “mató a todos los reyes con la espada” (Jos 11,12). Estábamos todos “bajo el domino del pecado” (Rm 6,12); todos, todos estábamos bajo el dominio de las malas pasiones… Cada uno mantenía en sí un rey particular que reinaba en él y le dominaba. Por ejemplo, a uno le dominaba la avaricia, a otro el orgullo, a otro la mentira; a uno le dominaban las pasiones carnales, otro sufría el reino de la cólera… Había, pues, en cada uno de nosotros y antes de tener fe, un reino de pecado.

Pero cuando vino Jesús, mató a todos los reyes que detentaban en nosotros los reinos del pecado, y nos enseñó a matarlos a todos sin dejar escapar a ninguno. Si se conserva en vida, aunque sea uno tan sólo, no se podrá pertenecer al ejercito de Jesús… Porque el Señor Jesús nos ha purificado de toda clase de pecado; los ha destruido a todos. En efecto, todos “nosotros  con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros” (Tt 3,3), con todas las clases de pecados que se encontraban en los hombres antes de creer. Es muy verdadero decir que Jesús mató a todos los que salían para armar guerra; porque no hay pecado tan grande que Jesús no pueda poner sus pies encima, él que es el Verbo y la “Sabiduría de Dios” (1Co, 1,24). Él triunfa de todo, es vencedor de todo.

¿No creemos que todos los pecados, cualesquiera que sean,  son echados fuera de nosotros cuando venimos al bautismo? Es lo que dice el apóstol Pablo quien después de haber enumerado todas las clases de pecados, añade finalmente: “Así erais algunos. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron invocando al Señor Jesucristo y al Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6,11).

 

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