Evangelio Hoy

Sábado de la vigésima sexta semana del tiempo ordinario

Evangelio según San Lucas 10,17-24. 

En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron llenos de gozo y dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. 
El les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. 
Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. 
No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. 
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. 
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. 
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: “¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! 
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!”. 

Reflexionemos

San Juan Pablo II (1920-2005), papa
Encíclica «Dominum et vivificantem», § 20-21

«Te doy gracias, Padre, … has revelado estas cosas a los más pequeños»

«Jesús, lleno de gozo y bajo la acción del Espíritu Santo exclamó: ‘Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios e inteligentes, y las has revelado a los más pequeños. Sí, Padre, porque este ha sido tu deseo’». Jesús exulta de gozo por la paternidad divina; exulta de gozo porque puede revelar esta paternidad; exulta, en fin, porque en los «más pequeños» se revela un esplendor particular de la paternidad divina. Y el evangelista Lucas califica todo ello de «gozo desbordante en el Espíritu Santo»…

Eso que, durante la teofanía trinitaria junto al Jordán (Lc 3,22) ha venido, por decirlo de alguna manera, «del exterior», de lo alto, proviene aquí «del interior», es decir, de lo más profundo de lo que Jesús es. Es otra revelación del Padre y del Hijo, unidos en el Espíritu Santo. Jesús habla solamente de la paternidad de Dios y de su propia filiación; no habla, explícitamente, del Espíritu que es Amor y, por tanto, unión del Padre y del Hijo. Y, sin embargo, lo que dice del Padre y de sí mismo como Hijo viene de la plenitud del Espíritu que está en él, que llena completamente su corazón, penetra su propio yo, inspira y vivifica su acción en toda su profundidad. De ahí proviene ese desbordamiento de gozo en el Espíritu Santo. La unión de Cristo con el Espíritu Santo, de la cual Jesús tiene perfecta conciencia,  se expresa en este desbordamiento de gozo, el cual, en un sentido, hace perceptible la fuente secreta que reside en él.  De ello  proviene una manifestación y una particular exhaltación propias del Hijo del hombre, de Cristo el Mesías, cuya humanidad pertenece  a la persona del Hijo de Dios, sustancialmente uno con el Espiritu Santo en su divinidad.

En esta magnífica confesión de la paternidad de Dios, Jesús de Nazaret, se manifiesta, pues, a sí mismo, manifiesta su «yo» divino : en efecto, él es el Hijo «de la misma substancia» (Credo), y por eso, «nadie conoce al Hijo sino es el Padre, ni nadie conoce al Padre sino es el Hijo», este Hijo que «por nosotros y por nuestra salvación» (Credo) se hace hombre por obra del Espíritu Santo y nació de una virgen cuyo nombre era Maria.

Leave a comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *