Evangelio según San Juan 12,1-11.
Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.
Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:
“¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?”.
Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura.
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”.
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
Reflexionemos
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 15 sobre la carta a los romanos; PG 60, 543-548
“A los pobres los tenéis siempre con vosotros.”
“El Padre no perdonó a su propio Hijo” (Rm 8,32); tú que no das ni siquiera un trozo de pan al que fue entregado e inmolado por ti. El Padre, por ti, no le perdonó; tú pasas con desprecio al lado de Cristo que tiene hambre, cuando no vives sino por la bondad y la misericordia del Padre… El fue entregado por ti, inmolado por ti, vive en la miseria por ti, quiere que la generosidad sea una ventaja para ti, y aún así, tú no das nada. ¿Hay una piedra más dura que vuestros corazones ante la interpelación de tantas razones? No fue bastante que Cristo padeció la cruz y la muerte; quiso ser pobre, mendigo y desnudo, encarcelado (Mt 25,36) para que al menos ante esta realidad te dejes conmover. “Si no me das nada para mis dolores, por lo menos ten piedad de mí en mi pobreza. Si no me tienes piedad por mi pobreza, que mis enfermedades te ablanden, mis cadenas te enternezcan. Si todo esto no te conmueve, muévate al menos la insignificancia de mi petición. No te pido nada costoso sino pan, un techo y unas palabras amistosas… Fui encadenado por ti y lo estoy todavía por ti para que, conmovido por mis cadenas pasadas o actuales, tengas misericordia de mí. He pasado hambre por ti y sigo sufriendo el hambre por ti. Tuve sed cuando estuve colgado en la cruz y sigo teniendo sed en los pobres a fin de atraerte hacia mí para tu salvación”…
Jesús dice, en efecto: “Quien acoge a uno de estos pequeños, me acoge a mí.” (Mc 9,37)… Te podría premiar sin esto, pero yo quiero hacerme tu deudor para que lleves tú la corona segura. Por esto, aunque yo me podría alimentar yo mismo, voy mendigando aquí y allí, me presento a tu puerta y tiendo la mano. Quiero que me des de comer tú, porque te amo ardientemente. Mi felicidad consiste en estar sentado en tu mesa.”