Cuarto Domingo del tiempo ordinario
Evangelio según San Mateo 5,1-12.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.”
Reflexionemos
Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157), abad cisterciense
Sermón para la fiesta de Todos los Santos 3, 5-6; SC 202, pag 503 ss
“El Reino de los cielos es para ellos.”
“Dichosos los pobres de corazón, porque el Reino de los cielos es para ellos.” Sí, dichosos los que rechazan las cargas sin valor pero bien pesadas de este mundo. Los que no buscan hacerse ricos sino es poseyendo al Creador del mundo, y él sólo por él sólo. Los que son como gente que no tienen nada pero poseen todo. (cf 2Cor 6,10) ¿No poseen todo aquellos que poseen al que contiene todo y dispone todo, aquellos que poseen a Dios en heredad? (Nm 18,20) “Nada les falta a los que le temen.” (Sal 33,10) Dios les otorga todo lo que sabe que les es necesario. Se da él mismo para que su alegría sea plena…. ¡Gocémonos, pues, hermanos, de ser pobres por Cristo y esforcémonos de ser humildes con Cristo. No hay nada más detestable y más miserable que un pobre orgulloso…
“El Reino de Dios no es ni comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” (Rm 14,17) Si nos damos cuenta de que tenemos todo esto en nuestro interior ¿por qué no proclamar con seguridad que el Reino de Dios está dentro de nosotros? (Lc 17,21) Ahora bien, lo que está en nosotros nos pertenece realmente. Nadie nos lo puede arrebatar. Por esto, cuando el Señor proclama dichosos a los pobres tiene razón cuando dice: “El Reino de Dios es para ellos”, no dice “será para ellos”. No lo es solamente por una ley establecida sino también como prenda absolutamente segura, es una experiencia ya ahora de la felicidad perfecta. No solamente porque el Reino está preparado para ellos desde la creación del mundo (Mt 25,34) sino también porque ya han comenzado a poseerlo ahora. Poseen ya el tesoro celestial en vasijas de barro (cf 2Cor 4,7); llevan a Dios en sus cuerpos y en su corazón.