Tercer Domingo del tiempo ordinario
Evangelio según San Mateo 4,12-23.
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.
Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí,
para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”.
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”.
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.
Reflexionemos
Lansperge el Cartujano (1489- 1539), monje, teólogo
Sermón 5
“El pueblo que andaba a oscuras vio una gran luz.” (Is 9,1)
Hermanos míos, nadie ignora que todos hemos nacido en las tinieblas y en tinieblas hemos vivido en el pasado. Pero, esforcémonos para no permanecer en ellas, ya que nos ha brillado el sol de justicia (Mi 3,20)…
Cristo ha venido para “iluminar a los que viven en sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (cf Lc 1,79). ¿De qué tinieblas hablamos? Todo lo que está en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad o en nuestra memoria que no es Dios o no tiene su fundamento en Dios,-dicho de otra manera-, todo lo que hay en nosotros que no dé gloria a Dios y se interpone entre Dios y nosotros, es tiniebla… Por esto, Cristo, siendo la luz, nos ha traído la luz para que pudiéramos ver nuestros pecados y aborrecer nuestras tinieblas. Realmente, la pobreza que él ha escogido cuando no encontró sitio en el albergue es para nosotros la luz que nos da a conocer ya ahora la felicidad de los pobres de espíritu que van a heredar el Reino de los cielos (cf Mt 5,3).
El amor que Cristo nos demuestra instruyéndonos y aceptando por nosotros las pruebas del exilio, de la persecución, de las heridas y la muerte en cruz, el amor que le hizo orar por sus verdugos, es para nosotros la luz gracias a la cual podemos aprender también nosotros a amar a nuestros enemigos.