Miércoles de la primera semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Marcos 1,29-39.
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
y cuando lo encontraron, le dijeron: “Todos te andan buscando”.
El les respondió: “Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido”.
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.
Reflexionemos
San Cipriano (c. 200-258), obispo de Cartago y mártir
La oración del Señor, 29-30
“Antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.”
Jesús no se limitó a enseñarnos a orar de palabra sino también con el ejemplo. Le vemos a menudo en oración. Nos da ejemplo para que le sigamos. Está escrito: “Se fue a un lugar solitario.” Y en otro lugar: “Se fue a la montaña a orar y pasó toda la noche en oración.” (Lc 6,12) Si él, que era sin pecado, oraba sin cesar, con más razón los pecadores debemos orar. Si pasaba la noche en oración, con más razón nosotros debemos velar y orar sin cesar.
El Señor oraba e intercedía no por él mismo– ¿por qué falta debería implorar el perdón aquel que es el inocente? – sino por nuestros pecados. Lo manifiesta bien a las claras cuando dice a Pedro: “…Satán ha solicitado el poder cribaros como trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca.” (Lc 22,31) Más tarde intercedió ante el Padre a favor de todos nosotros, cuando dijo: “No te pido sólo por ellos sino por todos los que, gracias a su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti.” (Jn 17,20-21)
¡Qué grande es la bondad y la misericordia de Dios en favor de nuestra salvación! No se contentó con rescatarnos del pecado por su sangre, sino que ha querido orar por nosotros. Pero ¡prestad atención al que ora: como el Padre y el Hijo son uno, que nosotros también permanezcamos en la unión!