Sábado de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Lucas 18,1-8.
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
“En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'”.
Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.
Reflexionemos
San Basilio (c. 330-379), monje y obispo de Cesárea en Capadocia, doctor de la Iglesia
Homilía 5
«Jesús decía… que es preciso orar siempre»
Es preciso que no restrinjas tu oración a la sola petición en palabras. En efecto, Dios no necesita que se le hagan discursos; sabe, aunque no le pidamos nada, lo que nos hace falta. ¿Qué hay que decir a esto? La oración no consiste en fórmulas: engloba toda la vida. «Por tanto, ya comáis, ya bebáis, dice el apóstol Pablo, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.» (1C 10,31). ¿Estás en la mesa? Ora: al tomar el pan, agradece a quien te lo ha concedido; bebiendo el vino, acuérdate del que te ha hecho este don para alegrar tu corazón y solazar tus miserias. Acabada la comida, no te olvides de tu bienhechor. Cuando te pones la túnica, agradece al que te la ha dado; cuando te pones tu manto, muestra tu afecto a Dios que nos provee de vestidos adecuados para el invierno y para el verano, y para proteger nuestra vida.
Acabado el día, agradece a aquel que te ha dado el sol para trabajar durante el día y el fuego para iluminar la noche y proveer nuestras necesidades. La noche te da motivos para la acción de gracias; mirando el cielo y contemplando la belleza de las estrellas, ora al Señor del universo que ha hecho todas las cosas con tanta sabiduría. Cuando contemplas a la naturaleza dormida, adora a aquel que con el sueño nos alivia de todas nuestras fatigas y, a través de un poco de descanso, devuelve el vigor a nuestras fuerzas.
Así orarás sin descanso, si tu oración no se contenta con fórmulas y si, por el contrario, te mantienes unido a Dios a lo largo de toda tu existencia, de manera que hagas de tu vida una incesante oración.