Trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario
Evangelio según San Lucas 20,27-38.
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección,
y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”.
Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”.
Reflexionemos
Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo
Comentario al evangelio de Juan, 10,20; PG 14, 371-374
“Son hijos de Dios, y herederos de la resurrección”
En el último día la muerte será vencida. La resurrección de Cristo, después del suplicio de la cruz, contiene misteriosamente la resurrección de todo el Cuerpo de Cristo. Así como el cuerpo visible de Cristo fue crucificado, sepultado y seguidamente resucitó, así también el Cuerpo entero de los santos de Cristo está crucificado con él y no vive ya en sí mismo…
Pero cuando vendrá la resurrección del verdadero cuerpo de Cristo, su Cuerpo total, entonces, los miembros de Cristo que hoy son semejantes a huesos secos, se juntarán unos con otros (Ez 37,1s), encontrando cada uno su lugar y “todos juntos lleguemos al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud (Ef 4,13). Entonces la multitud de los miembros formarán un cuerpo, porque todos pertenecen al mismo cuerpo (Rm 12,4).