Jueves de la vigésima quinta semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Lucas 9,7-9.
El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: “Es Juan, que ha resucitado”.
Otros decían: “Es Elías, que se ha aparecido”, y otros: “Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado”.
Pero Herodes decía: “A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?”. Y trataba de verlo.
Reflexionemos
Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo
Homilía sobre el Génesis, I 5-7; SC 7, pag 70-73
“Herodes trataba de ver a Jesús”
El sol y la luna iluminan nuestros cuerpos. Así, Cristo y la Iglesia iluminan nuestro espíritu. Por lo menos los iluminan si nosotros no somos unos ciegos en el espíritu. Porque así como el sol y la luna no dejan de irradiar su claridad sobre los ciegos que no ven la luz, así Cristo envía su luz a nuestro espíritu. Pero esta iluminación sólo será efectiva si nuestra ceguera no les ofrece obstáculo. Pues bien, por de pronto que los ciegos sigan a Cristo gritando: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9,27) y cuando hayan recobrado la vista, gracias a Cristo, serán iluminados por el esplendor de su luz.
Pero no todos los que ven son iluminados de la misma manera por Cristo. Cada uno lo es según la medida de la que es capaz de recibir la luz (cf Lc 23,8ss)…No vamos todos a él por el mismo camino, sino cada uno va según sus propias posibilidades.(cf Mt 25,15)