Evangelio Hoy

Viernes de la vigésima tercera semana del tiempo ordinariociegos-guiando

Evangelio según San Lucas 6,39-42.

Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo’, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.”

Reflexionemos

Liturgia española mozárabe
Prefacio Eucarístico para el segundo domingo de Cuaresma; PL 85, 322

«¿Un ciego, puede guiar a otro ciego?»

Es justo y necesario darte gracias, Señor, Padre santo, Dios eterno y todopoderoso, por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor… Él vino a este mundo para hacer justicia, de modo que los ciegos vean y los que veían queden ciegos (Jn 9,39). Aquellos que se han reconocido en las tinieblas del error, han recibido la luz eterna que los ha librado de la oscuridad de sus errores. Y los arrogantes, que pretendían poseer ellos mismos la luz de la justicia, han sido sumergidos, con razón, en sus propias tinieblas. Inflados de su orgullo y seguros de su justicia, no han buscado médico para curarse. Hubieran podido tener acceso al Padre por Jesús, que se ha declarado la puerta (Jn 10,7), pero como han prevalecido insolentemente en sus méritos, han mantenido su ceguera.

Por ello, venimos humildemente a ti, Padre santo, y sin presumir de nuestros méritos, abrimos ante tu altar nuestra propia herida. Reconocemos las tinieblas de nuestros errores, descubrimos las caídas de nuestra conciencia. Queremos encontrar, te rogamos, un remedio a nuestra herida, la luz eterna para nuestras tinieblas, la pureza de la inocencia en nuestra conciencia. Queremos con todas nuestras fuerzas contemplar tu rostro…, deseamos ver el cielo…

Ven a nosotros, Jesús, que rezamos en tu templo, y atiéndenos en este día, tú que no has tenido en cuenta el sábado para hacer milagros… Tú que nos has hecho de la nada, prepara un ungüento y aplícalo sobre los ojos de nuestro corazón… Escucha nuestra oración y elimina la ceguera de nuestros pecados, para que veamos la gloria de tu rostro, en la paz de la bienaventuranza eterna.

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