Viernes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Lucas 5,33-39.
En aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: “Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben”.
Jesús les contestó: “¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos?
Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar”.
Les hizo además esta comparación: “Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más.
¡A vino nuevo, odres nuevos!
Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor”.
Reflexionemos
San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermón sobre el Cantar de los Cantares, nº 83
«El Esposo está con ellos»
Entre todos los movimientos del alma, sus sentimientos y afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su Creador, si no de igual a igual, por lo menos de semejante a semejante… El amor del Esposo, o mejor dicho, el Esposo que es Amor no pide otra cosa sino amor recíproco y fidelidad. Que le sea posible a la esposa devolver amor por amor. ¿Cómo no amará siendo esposa y esposa del Amor? ¿Cómo no será amado el Amor? Ella pues, tiene razón al renunciar a cualquier otro afecto para poder consagrarse totalmente al amor, puesto que se le da la posibilidad de corresponder al Amor con un amor recíproco.
Pero, aunque ella se fundiera toda entera en amor ¿qué sería esto comparado con el torrente de amor eterno que brota de la misma fuente? La oleada que fluye de la que ama no es tan abundante como la que fluye del Amor, la del alma como la del Verbo, la de la esposa como la del Esposo, la de la criatura como la del Creador; la abundancia no es la misma la de la fuente que la del que viene a beber… Así pues, ¿los suspiros de la esposa, su amoroso fervor, su espera llena de confianza, todo ello será en vano porque en la carrera no puede rivalizar con el campeón (Sl 18,6), ni ser tan dulce como la misma miel, ni tan tierna como el cordero, ni tan blanca como el lirio, luminosa como el sol, e igual en amor a aquel que es el Amor? No. Porque si bien es verdad que la criatura, en la medida en que es inferior al Creador, ama menos que él, puede amarle con todo su ser, y nada falta allí donde hay totalidad…
Este es el amor puro y desinteresado, el amor más delicado, tan apacible como sincero, mutuo, íntimo, fuerte, que une a los dos amantes no en una sola carne sino en un solo espíritu, de manera que ya no son dos sino uno solo, según dice san Pablo: «El que se une al Señor es un espíritu con él» (1C 6,17)..