Jueves de la vigésima semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Mateo 22,1-14.
Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: ‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’.
Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad.
Luego dijo a sus servidores: ‘El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él.
Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren’.
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta.
‘Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?’. El otro permaneció en silencio.
Entonces el rey dijo a los guardias: ‘Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes’.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.
Reflexionemos
Santiago de Saroug (c. 449-521), monje y obispo sirio
Homilía sobre el velo de Moisés
“El Reino de los cielos se compara a un rey que celebra la boda de su hijo”
En este designio misterioso, el Padre había preparado una Esposa para su Hijo único y se la presentó bajo la imagen de profecía… Moisés escribió en su libro que “el hombre dejaría a su padre y a su madre para unirse a su mujer de modo que los dos serían una sola carne” (Gn 2,24). El profeta Moisés nos habló en estos términos del hombre y de la mujer para anunciar a Cristo y a su Iglesia. Con ojos penetrantes de profeta, contempló a Cristo que se hacía uno con la Iglesia gracias al misterio del agua: vio a Cristo atraer a la Iglesia desde su pecho virginal, y la Iglesia atraer a Cristo por el agua del bautismo.
El Esposo y la Esposa se han unido totalmente de forma mística; he aquí porqué Moisés, con la cara velada (Ex 34,33), contempló a Cristo y a la Iglesia; llamó a uno “hombre” y a la otra “mujer”, para evitar mostrar a los hebreos la realidad en toda su claridad… El velo todavía debía cubrir este misterio por un tiempo; nadie conocía el significado de esta gran imagen, ignoraban lo que representaba.
Después de la celebración de las bodas, vino Pablo. Vio el velo extendido con todo su esplendor, y lo levantó para revelar a Cristo y a su Esposa al mundo entero. Mostró que eran ellos a los que Moisés había descrito en su visión profética. Exultando de alegría divina, el apóstol proclamó: “es este un gran misterio” (Ef. 5,32). Reveló lo que representaba esta imagen velada, a la que el profeta llamó hombre y mujer: “Lo sé, dice, es Cristo y su Iglesia que no son dos, sino una sola carne” (Ef. 5,31).