Viernes de la decimoquinta semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Mateo 12,1-8.
Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le dijeron: “Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado”.
Pero él les respondió: “¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre,
cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta?
Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo.
Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes.
Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado”.
Reflexionemos
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Las Confesiones, Libro 13, c.35-38
«El Hijo del Hombre es señor del sabbat»
Señor Dios, tú que nos has colmado de todo, danos la paz (Is 26,12), la paz del reposo, la paz del sabbat, el sabbat que no tiene noche. Porque este orden de las cosas tan bello que tú has creado y que son «muy buenas» (Gn 1,31) pasará cuando haya alcanzado el término de su destinación. Sí, ellas han tenido su aurora, tendrás su ocaso. Pero el séptimo día no conoce la noche ni el ocaso, porque tú lo has santificado para que exista para siempre. Al terminar tus obras «muy buenas» que, sin embargo, tú has creado en reposo, has descansado de ellas el séptimo día; eso es para decirnos, a través de tu libro, que al final de nuestras obras, que son muy buenas porque eres tú quien nos las ha dado (Is 26,12)también nosotros descansaremos en ti en el sabbat de la vida eterna. Entonces también tú descansarás en nosotros tal como ahora actúas en nosotros; y así el reposo que gustaremos será tuyo de la misma manera que nuestras obras son tuyas.
Tú, Señor, trabajas siempre y siempre estas en reposo… Para nosotros es llegado el momento en que nos sentimos impulsados a hacer el bien después de concebirlo en nuestro corazón por la fuerza de tu Espíritu; mientras que antes estábamos impulsados a hacer el mal cuando te abandonábamos. Tú, el único Dios bueno, jamás has dejado de hacer el bien. Ciertamente que algunas de nuestras obras son buenas por tu gracia, pero tú sabes que no son eternas; cuando acaben, esperamos el reposo en tu inefable santificación. Pero tú, Bien que no tiene necesidad de ningún otro bien, permaneces siempre en reposo, porque tú eres el mismo reposo.
¿Quién de entre los seres humanos podrá dar al hombre la comprensión de todo ello? Qué ángel la dará a los ángeles? ¿Qué ángel la dará al hombre. Es sólo a ti a quien hay que pedirla, sólo en ti buscarla, sólo a tu puerta hay que llamar. Y así, sólo así, se recibirá, se encontrará, y sólo así la puerta se abrirá (Mt 7,8).