Evangelio Hoy

Miércoles de la decimoquinta semana del tiempo ordinarioorando

Evangelio según San Mateo 11,25-27.

Jesús dijo:
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.”

Reflexionemos

Beata Isabel de la Trinidad (1880-1906), carmelita descalza
El cielo en la fe

“Proclamo tu alabanza”

Por un decreto de Aquel que obra todas las cosas según el designio de su voluntad, hemos sido predestinados para ser “alabanza de su gloria” (Ef 1,6.12.14). Es san Pablo quien habla así, él, que fue instruido por el mismo Dios. ¿Cómo realizar este gran sueño del corazón de nuestro Dios, ese querer inmutable sobre nuestras almas? En una palabra ¿cómo responder a nuestra vocación y llegar a ser perfectas “alabanzas de gloria” de la Santísima Trinidad?

En el cielo cada alma es una alabanza de gloria al Padre, al Verbo, al Espíritu Santo, porque cada alma está permanentemente fija en el puro amor y ya no vive más de su propia vida, sino de la vida de Dios. Entonces conoce, dice san Pablo, “como es conocida por Él” (1C 13,12); en otras palabras, su entendimiento es el mismo entendimiento de Dios, su voluntad es la voluntad de Dios, su amor es el mismo amor de Dios. En realidad es el Espíritu de amor y de fuerza quien transforma al alma, porque habiéndosele dado a ésta para suplir lo que le falta, como también dice san Pablo, obra en ella esta gloriosa transformación (cf Rm 8,26)…

Una alabanza de gloria es un alma que permanece en Dios, que le ama con un amor puro y desinteresado, sin buscarse a sí misma en la dulzura de este amor; es una alma que le ama por encima de todo sus dones y aunque no hubiera recibido nada de él… Una alabanza de gloria es un ser en continua acción de gracias. Cada uno de sus actos, de sus movimientos, cada uno de sus pensamientos, de sus aspiraciones, al mismo tiempo que se enraízan cada vez más profundamente en el amor, son como un eco del Sanctus eterno.

 

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