Martes de la undécima semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Mateo 5,43-48.
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Reflexionemos
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Comentario a la carta de san Juan, nº 1,9
«Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto»
«En esto reconocemos que estamos en Dios: si en él somos perfectos.» Aquí Juan quiere decir: perfectos en el amor (1Jn 4,17). ¿Cuál es la perfección del amor? Amar a nuestros enemigos y amarlos hasta tal punto que lleguen a ser nuestros hermanos. En efecto, nuestro amor no debe ser un amor según la carne. Ama, pues, a tus enemigos deseando que sean tus hermanos; ama a tus enemigos de manera que se sientan llamados a vivir en comunión contigo.
Es así que amó aquél que, colgado de la cruz, decía: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). A través de una oración cargada de misericordia y de un gran poder, quería arrancarlos de la muerte eterna. Por otra parte, muchos de ellos creyeron y fueron perdonados por haber hecho derramar la sangre de Cristo. Se la hicieron derramar encarnizándose contra él; al creer la bebieron. «En esto reconocemos que estamos en él: si en él somos perfectos.» El Señor nos invita a esta perfección de amor a los enemigos cuando dice: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto».