El santo padre Francisco llegó este domingo a las 11 horas locales en helicóptero, al aeropuerto de la municipalidad de Ecatepec, desde donde fue en el papamóvil hacia el área del Centro de Estudios, en donde a lo largo del camino era evidente el entusiasmo de la gente que le saludaba a su paso, en este segundo día de su viaje apostólico.
Una vez en el lugar de la misa, el obispo de la ciudad, Mons. Oscar Roberto Domínguez Couttolenc, y algunas autoridades locales entre las cuales el alcalde, le entregaron las llaves de la ciudad, informó la sala de prensa de la Santa Sede.
El Papa presidió la misa del primer domingo de cuaresma, delante de unas 300 mil personas, vistiendo paramentos color violeta. Después de la proclamación del Evangelio, el Pontífice en su homilía, recordó que en este tiempo de cuaresma debemos “recordar el regalo de nuestro bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios”. Reavivando el don que nos ha sido obsequiado “para no dejarlo dormido como algo del pasado o en algún ‘cajón de los recuerdos’”.
Y así recuperar –dijo el Santo Padre– la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre, “Padre de una gran familia” no de algunos ‘hijos únicos’, sino que “sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro no del ‘padre mío’ y ‘padrastro vuestro’”. Francisco señaló además, que ese sueño es “testimoniado por la sangre de tantos mártires de ayer y de hoy”.
Un sueño, dijo, que “se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira” que “genera una sociedad dividida y enfrentada”. Una sociedad de pocos y para pocos en la que no se reconoce “esa dignidad que todos llevamos dentro”.
El Pontífice latinoamericano aprovechó para señalar como la cuaresma es “tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y proyecto de Dios”, señalando como en el Evangelio de hoy, se indican las “tres tentaciones de Cristo… Tres tentaciones del cristiano” que “buscan degradar y degradarnos”.
La primera es la riqueza, “adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o ‘para los míos’. Es tener el ‘pan’ a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida” y “en una familia o en una sociedad corrupta es el pan que se le da de comer a los propios hijos”.
La segunda tentación, señaló, es la vanidad, “esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que ‘no son como uno’”.
Y la tercera, “el orgullo , o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la ‘común vida de los mortales’, y que reza todos los días: ‘Gracias Señor porque no me has hecho como ellos’”.
“Vale la pena entonces preguntarnos”, dijo el Papa, “¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones? ¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida? ¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuentes de alegría y esperanza?”
Por todo esto, “la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que lo degrada, degradándose o degradando” dijo. Porque “Dios tiene un nombre: misericordia”. Por ello pidió que “el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su nombre es misericordia”.
zenit.org