El papa Francisco celebró en su último día en México una misa multitudinaria en la frontera, visible a través de la red metálica, desde donde se ve Estados Unidos. A un lado Ciudad Juárez y al otro la ciudad de Texas de El Paso. Una ubicación que conlleva una importante carga emotiva debido al drama de la migración que allí se vive cada día. Miles de personas le saludaron durante el recorrido que le llevó desde el seminario arquidiocesano hasta el recinto ferial de Ciudad Juárez. Y una vez allí, otra gran multitud le esperaba entusiasmada para la celebración eucarística. Uno de los momentos más significativos y emocionantes fue cuando el Santo Padre dejó un ramo de flores en una gran cruz colocada justo en la frontera entre ambos países. Y saludó y bendijo a los fieles que se encontraban “al otro lado”.
Durante la homilía, el Pontífice aseguró que “siempre hay posibilidad de cambio, estamos a tiempo de reaccionar y transformar, modificar y cambiar, convertir lo que nos está destruyendo como pueblo, lo que nos está degradando como humanidad”. La misericordia –subrayó– nos alienta a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en cada corazón. “La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra fortaleza”, precisó Francisco.
Además, explicó que “no hay gloria más grande para un padre que ver la realización de los suyos; no hay satisfacción mayor que verlos salir adelante, verlos crecer y desarrollarse”.
Haciendo referencia al pasaje de la lectura sobre la destrucción de Nínive, el Santo Padre indicó que “la misericordia rechaza siempre la maldad, tomando muy en serio al ser humano. Apela siempre a la bondad dormida, anestesiada, de cada persona”. Lejos de aniquilar, aseguró, la misericordia, se acerca a toda situación para transformarla desde adentro.
Y ese es precisamente el misterio de la misericordia divina. “Se acerca e invita a la conversión, invita al arrepentimiento; invita a ver el daño que a todos los niveles se esta causando”, precisó Francisco.
Jonás ayudó a ver, ayudó a tomar conciencia.Y encuentró hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de llorar. Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión. De este modo, el Santo Padre recordó que son las lágrimas las que pueden “darle paso a la transformación”, “ablandar el corazón”, “purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en el que muchas veces se está sumergido”, “lograr sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno”, “generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión”.
Así, el Papa reconoció que en este año de la misericordia y en este lugar, quiere “implorar la misericordia divina” y “pedir con ustedes el don de las lágrimas, el don de la conversión”.
Haciendo referencia a esta ciudad, tal y como sucede en otras zonas fronterizas, el Santo Padre señaló que aquí se concentran miles de migrantes de Centroamérica y otros países, sin olvidar tantos mexicanos que también buscan pasar «al otro lado». Por eso dijo que se trata de un camino cargado de terribles injusticias: “esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tránsito humano”.
El Papa hizo referencia a esta crisis humanitaria, que calificó como tragedia humana global. Por eso, precisó que aunque se puede medir en cifras, “nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias”. Son hermanos y hermanas –aseguró– que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado.
Al respecto, denunció que frente a tantos vacíos legales, “se tiende una red que atrapa y destruye siempre a los más pobres”. Y así hizo referencia a la injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ‘carne de cañón’, perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas. Dedicó también un pensamiento a tantas mujeres a quienes se les ha arrebatado injustamente la vida.
Finalmente, el Santo Padre invitó a pedir a Dios “el don de la conversión, el don de las lágrimas”, tener el corazón abierto “a su llamado en el rostro sufriente de tantos hombres y mujeres”. Y exclamó ¡No más muerte ni explotación! Las últimas palabras de su homilía fueron para organizaciones de la sociedad civil, hermanas religiosas, religiosos y sacerdotes, y laicos que se la juegan en el acompañamiento y en la defensa de la vida. Con sus vidas –aseguró– son profetas de la misericordia, son el corazón comprensivo y los pies acompañantes de la Iglesia que abre sus brazos y sostiene.
Fuente: Zenit.org