1. Un tiempo con características propias.
La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las “armas de la penitencia cristiana”: la oración, el ayuno y la limosna (ver Mt 6,1-6.16-18).
De manera semejante como el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para ingresar a la tierra prometida, la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, se prepara durante cuarenta días para celebrar la Pascua del Señor. Si bien es un tiempo penitencial, no es un tiempo triste y depresivo. Se trata de un tiempo especial de purificación y de renovación de la vida cristiana para poder participar con mayor plenitud y gozo del misterio pascual del Señor.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión. Este camino supone cooperar con la gracia, para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios, y por consiguiente, de nuestra felicidad y realización personal.
La Cuaresma es uno de los cuatro tiempos fuertes del año litúrgico y ello debe verse reflejado con intensidad en cada uno de los detalles de su celebración. Cuanto más se acentúen sus particularidades, más fructuosamente podremos vivir toda su riqueza espiritual.
Por tanto habrá que esforzarse, entre otras cosas:
– Por que se capte que en este tiempo son distintos tanto el enfoque de las lecturas bíblicas (en la santa misa prácticamente no hay lectura continua), como el de los textos eucológicos (propios y determinados casi siempre de modo obligatorio para cada una de las celebraciones).
– Por que los cantos, sean totalmente distintos de los habituales y reflejen la espiritualidad penitencial, propia de este tiempo.
– Por lograr una ambientación sobria y austera que refleje el carácter de penitencia de la Cuaresma.
2. Sentido de la Cuaresma.
Lo primero que debemos decir al respecto es que la finalidad de la Cuaresma es ser un tiempo de preparación a la Pascua. Por ello se suele definir a la Cuaresma, “como camino hacia la Pascua”. La Cuaresma no es por tanto un tiempo cerrado en sí mismo, o un tiempo “fuerte” o importante en sí mismo.
Es más bien un tiempo de preparación, y un tiempo “fuerte”, en cuanto prepara para un tiempo “más fuerte” aún, que es la Pascua. El tiempo de Cuaresma como preparación a la Pascua se basa en dos pilares: por una parte, la contemplación de la Pascua de Jesús; y por otra parte, la participación personal en la Pascua del Señor a través de la penitencia y de la celebración o preparación de los sacramentos pascuales –bautismo, confirmación, reconciliación, eucaristía-, con los que incorporamos nuestra vida a la Pascua del Señor Jesús.
Incorporarnos al “misterio pascual” de Cristo supone participar en el misterio de su muerte y resurrección. No olvidemos que el Bautismo nos configura con la muerte y resurrección del Señor. La Cuaresma busca que esa dinámica bautismal (muerte para la vida) sea vivida más profundamente. Se trata entonces de morir a nuestro pecado para resucitar con Cristo a la verdadera vida: “Yo les aseguro que si el grano de trigo…muere dará mucho fruto” (Jn 20,24).
A estos dos aspectos hay que añadir finalmente otro matiz más eclesial: la Cuaresma es tiempo apropiado para cuidar la catequesis y oración de los niños y jóvenes que se preparan a la confirmación y a la primera comunión; y para que toda la Iglesia ore por la conversión de los pecadores.
3. Estructuras del tiempo de Cuaresma.
Para poder vivir adecuadamente la Cuaresma es necesario clarificar los diversos planos o estructuras en que se mueve este tiempo.
En primer lugar, hay que distinguir la “Cuaresma dominical”, con su dinamismo propio e independiente, de la “Cuaresma de las ferias”.
a. La “Cuaresma dominical”.
En ella se distinguen diversos bloques de lecturas. Además el conjunto de los cinco primeros domingos, que forman como una unidad, se contraponen al último domingo –Domingo de Ramos en la Pasión del Señor-, que forma más bien un todo con las ferias de la Semana Santa, e incluso con el Triduo Pascual.
b. La “Cuaresma ferial”.
Cabe también señalar en ella dos bloques distintos:
– El de las Ferias de las cuatro primeras semanas, centradas sobre todo en la conversión y la penitencia.
– Y el de las dos últimas semanas, en el que, a dichos temas, se sobrepone, la contemplación de la Pasión del Señor, la cual se hará aún más intensa en la Semana Santa.
Al organizar, pues, las celebraciones feriales, hay que distinguir estas dos etapas, subrayando en la primera los aspectos de conversión (las oraciones, los prefacios, las preces y los cantos de la misa ayudarán a ello).
Y, a partir del lunes de la V Semana, cambiando un poco el matiz, es decir, centrando más la atención en la cruz y en la muerte del Señor (sobre todo las oraciones de la misa y el prefacio I de la Pasión del Señor, toman este nuevo matiz).
En el fondo, hay aquí una visión teológicamente muy interesante: la conversión personal, que consiste en el paso del pecado a la gracia (santidad), se incorpora con un “crescendo” cada vez más intenso, a la Pascua del Señor: es sólo en la persona del Señor Jesús, nuestra cabeza, donde la Iglesia, su cuerpo místico, pasa de la muerte a la vida.
Digamos finalmente que sería muy bueno subrayar con mayor intensidad las ferias de la última semana de Cuaresma –la Semana Santa- en las que la contemplación de la cruz del Señor se hace casi exclusivamente (Prefacio II de la Pasión del Señor). Para ello, sería muy conveniente que, en esta última semana se pusieran algunos signos extraordinarios que recalcaran la importancia de estos últimos días. Si bien las rúbricas señalan algunos de estos signos, como por ejemplo el hecho que estos días no se permite ninguna celebración ajena (ni aunque se trate de solemnidades); a estos signos habría que sumar algunos de más fácil comprensión para los fieles, para evidenciar así el carácter de suma importancia que tienen estos días: por ejemplo el canto de la aclamación del evangelio; la bendición solemne diaria al final de la misa (bendiciones solemnes, formulario “Pasión del Señor”); uso de vestiduras moradas más vistosas, etc.
4. El lugar de la celebración.
Se debe buscar la mayor austeridad posible, tanto para el altar, el presbiterio, y los demás lugares y elementos celebrativos. Únicamente se debe conservar lo que sea necesario para que el lugar resulte acogedor y ordenado. La austeridad de los elementos con que se presenta en estos días la iglesia (el templo), contrapuesta a la manera festiva con que se celebrará la Pascua y el tiempo pascual, ayudará a captar el sentido de “paso” (pascua = paso) que tienen las celebraciones de este ciclo.
Durante la Cuaresma hay que suprimir, pues, las flores (las que pueden ser sustituidas por plantas ornamentales), las alfombras no necesarias, la música instrumental, a no ser que sea del todo imprescindible para un buen canto. Una práctica que en algunas iglesias podría ser expresiva es la de recubrir el altar, fuera de la celebración eucarística, con un paño de tela morada.
Finalmente hay que recordar, que la misma austeridad en flores y adornos debe también aplicarse al lugar de la reserva eucarística y a la bendición con el Santísimo, pues debe haber una gran coherencia entre el culto que se da al Santísimo y la celebración de la misa.La misma coherencia debe manifestarse entre la liturgia y las expresiones de la piedad popular. Así, pues, tampoco caben elementos festivos, durante los días cuaresmales y de Semana Santa, ni en el altar de la reserva ni en la exposición del Santísimo.
5. Solemnidades, fiestas y memorias durante la Cuaresma.
Otro punto que debe cuidarse es el de las maneras de celebrar las fiestas del Santoral durante la Cuaresma. El factor fundamental consiste en procurar que la Cuaresma no quede oscurecida por celebraciones ajenas a la misma. Precisamente para lograr este fin, el Calendario romano ha procurado alejar de este tiempo las celebraciones de los santos.
De hecho durante todo el largo período cuaresmal, sólo se celebran un máximo de cuatro festividades (además de alguna solemnidad o fiesta de los calendarios particulares): San Cirilo y San Metodio (14 de febrero); la Cátedra de San Pedro (22 de febrero); San José, casto esposo de la Virgen María (19 de marzo) y la Anunciación del Señor (25 de marzo). En todo caso en la manera de celebrar estas fiestas no deberá darse la impresión de que se “interrumpe la Cuaresma”, sino más bien habrá que inscribir estas fiestas en la espiritualidad y la dinámica de este tiempo litúrgico.
Con respecto a la memoria de los santos, hay que recordar que durante la Cuaresma todas ellas son libres y si se celebran, se debe hacer con ornamentos morados, y del modo como indican las normas litúrgicas.
II. LAS LECTURAS BÍBLICAS DE LA CUARESMA.
1. Visión de conjunto.
Desde el primer momento es bueno señalar el hecho de que en este tiempo la temática de los diversos sistemas de lecturas es mucho más variada que en los otros ciclos litúrgicos. Aunque todos los leccionarios de este tiempo tengan un telón de fondo común, la renovación de la vida cristiana por la conversión, esta temática se presente desde ópticas muy diversas, cada una de las cuales tiene sus matices propios y distintos. Si esta diversidad de enfoques se olvida, si se unifica y reduce el conjunto a una temática única, muchas de las lecturas litúrgicas pasarán, prácticamente, desapercibidas; fenómeno éste que lamentablemente ocurre más de una vez.
Debemos, pues, subrayar en primer lugar que la característica principal de las lecturas de Cuaresma no estriba tanto en la “novedad” de unas lecturas que se van descubriendo gracias a los leccionarios post-conciliares, cuanto en la abundancia de líneas concomitantes que es preciso aunar espiritualmente, de modo que cada una de ellas aporte su contribución a la renovación cuaresmal de quienes usan los citados leccionarios.
La actitud fundamental frente a las lecturas cuaresmales debe ser, sobre todo, la de una escucha reposada y penetrante que ayude a que el espíritu se vaya impregnando progresivamente de los criterios de la fe, hay veces suficientemente conocidos, pero no suficientemente interiorizados y hechos vida.
No se trata de “meditaciones” más o menos intelectualizantes, como de una contemplación “gozosa”del Plan de Dios sobre la persona humana y su historia, y de una escucha atenta ante la llamada de Dios a una conversión que nos lleve a la paz y a la felicidad.
En el conjunto de los Leccionarios cuaresmales emergen con facilidad unas líneas de fuerza en las que debe centrarse la conversión cuaresmal. Esta conversión esta muy lejos de limitarse a un mero mejoramiento moral. Es más bien una conversión radical a Cristo, el Hombre nuevo, para existir en Él (ver Col 2,7).
Estás líneas de fuerza son las siguientes:
a. La meditación en la historia de la salvación: realizada por Dios-Amor en favor de la persona humana creada a su imagen y semejanza. Debemos “convertirnos” de una vida egocéntrica, donde el ser humano vive encerrado en su mentira existencial, a una vida de comunión con el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida, que nos lleva al Padre en el Espíritu Santo.
b. La vivencia del misterio pascual como culminación de esta historia santa: debemos “convertirnos”de la visión de un Dios común a todo ser humano, a la visión del Dios vivo y verdadero que se ha revelado plenamente en su único Hijo, Cristo Jesús y en su victoria pascual presente en los sacramentos de su Iglesia: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn 3,16).
c. El combate espiritual, que exige la cooperación activa con la gracia en orden a morir al hombre viejo y al propio pecado para dar paso a la realidad del hombre nuevo en Cristo. En otras palabras, la lucha por la santidad, exigencia que hemos recibido en el santo Bautismo.
Estas tres líneas deben proponerse todas en simultáneo. La primera línea de fuerza –la meditación de la Historia de la Salvación- la tenemos principalmente en las lecturas del Antiguo Testamento de los domingos y en las lecturas de la Vigilia Pascual. La segunda –la vivencia del misterio pascual como culminación de la historia santa-, en los evangelios de los domingos III, IV y V (los sacramentales pascuales) y, por lo menos en cierta manera, en los evangelios feriales a partir del lunes de la semana IV (oposición de Jesús al mal –“los judíos”- que termina con la victoria pascual de Jesús sobre la muerte, mal supremo). La tercera línea –el combate espiritual, la vida en Cristo, la vida virtuosa y santa- aparece particularmente en las lecturas apostólicas de los domingos y en el conjunto de las lecturas feriales de la misa de las tres primeras semanas.
Vale la pena subrayar que las tres líneas de fuerza de que venimos hablando se hallan, con mayor o menor intensidad, al alcance de todos los fieles: desde los que solo participan en la misa dominical a los que toman parte además en la eucaristía de los días feriales. Con intensidades diversas pero con un contenido fundamentalmente idéntico, todos los fieles beben, a través de la liturgia cuaresmal, en una fuente que les invita a la conversión bajo todos sus aspectos.
2. Misas dominicales.
Las lecturas dominicales de Cuaresma tienen una organización unitaria, que hay que tener presente en la predicación.
Las lecturas del Antiguo Testamento siguen su propia línea, que no tiene una relación directa con los evangelios, como el resto del año. Una línea importante para comprender la Historia de la Salvación.
Los Evangelios siguen también una temática organizada y propia.
Y las lecturas que se hacen en segundo lugar, las apostólicas, están pensadas como complementarias de las anteriores.
a. La primera lectura tiene en este tiempo de Cuaresma una intención clara: presentar los grandes temas de la Historia de la Salvación, para preparar el gran acontecimiento de la Pascua del Señor:
– La creación y origen del mundo (domingo primero).
– Abraham, padre de los creyentes (domingo segundo).
– El Éxodo y Moisés (domingo tercero).
– La historia de Israel, centrada sobre todo en David (domingo cuarto).
– Los profetas y su mensaje (domingo quinto).
– El Siervo de Yahvé (domingo de Ramos).
Estas etapas se proclaman de modo más directo en el Ciclo A, en sus momentos culminantes.
En el Ciclo B se centran sobre todo en el tema de la Alianza (con Noé, con Abraham, con Israel, el exilio, la nueva alabanza anunciada por Jeremías).
En el Ciclo C, las mismas etapas se ven más bien desde el prisma del culto (ofrendas de primicias, celebración de la Pascua, etc.).
En el sexto domingo, o domingo de Ramos en la Pasión del Señor, invariablemente se proclama el canto del Siervo de Yahvé, por Isaías.
Estas etapas representan una vuelta a la fuente: la historia de las actuaciones salvíficas de Dios, que preparan el acontecimiento central: el misterio Pascual del Señor Jesús. En la predicación hay que tener en cuenta esta progresión, para no perder de vista la marcha hacia la Pascua.
b. La lectura Evangélica tiene también su coherencia independiente a lo largo de las seis semanas:
– Domingo primero: el tema de las tentaciones de Jesús en el desierto, leídas en cada ciclo según su evangelista; el tema de los cuarenta días, el tema del combate espiritual.
– Domingo segundo: la Transfiguración, leída también en cada ciclo según el propio evangelista; de nuevo el tema de los cuarenta días (Moisés, Elías, Cristo) y la preparación pascual; la lucha y la tentación llevan a la vida.
– Domingo tercero, cuarto y quinto: presentación de los temas catequéticos de la iniciación cristiana: el agua, la luz, la vida.
En el Ciclo A: los grandes temas bautismales de San Juan: la samaritana (agua), el ciego (luz), Lázaro (vida).
En el Ciclo B: temas paralelos, también de San Juan: el Templo, la serpiente y Jesús Siervo.
En el Ciclo C: temas de conversión y misericordia: iniciación a otro Sacramento cuaresmal-pascual: la Penitencia.
Domingo Sexto: la Pasión de Jesús, cada año según su evangelista (reservando la Pasión de San Juan para el Viernes Santo).
El predicador debe tener en cuenta esta unidad y ayudar a que la comunidad vaya desentrañando los diversos aspectos de su marcha hacia la Pascua, no quedándose, por ejemplo en el tema de la tentación o de la penitencia, sino entrando también a los temas bautismales: Cristo y su Pascua son para nosotros la clave del agua viva, de la luz verdadera y de la nueva vida.
c. La segunda lectura está pensada como complemento de los grandes temas de la Historia de la Salvación y de la preparación evangélica a la Pascua. Temas espirituales, relativos al proceso de fe y conversión y a la concretización moral de los temas cuaresmales: la fe, la esperanza, el amor, la vida espiritual, hijos de la luz, etc.
3. Misas feriales.
Este grupo de lecturas tiene gran influencia en la vida espiritual de aquellos cristianos que acostumbran a participar activamente en la eucaristía diaria. Es bueno señalar que el leccionario ferial de Cuaresma fue construyéndose a lo largo de varios siglos y antes de la reforma conciliar siempre fue el más rico de todo el año litúrgico. La reforma litúrgica lo respetó por su antigua tradición y riqueza. Al haberse construido con los siglos, su temática es bastante variada y muy lejana, por tanto, de lo que es una lectura continua o un plan concebido de conjunto, que son las formas a las que nos tiene acostumbrados los leccionarios salidos de la reforma conciliar.
El actual leccionario ferial de la misa divide la Cuaresma en dos partes: por un lado, tenemos los días que van desde el Miércoles de Ceniza hasta el sábado de la III semana; y por otro, las ferias que discurren desde el lunes de IV semana hasta el comienzo del Triduo Pascual.
1. En la primera parte de la Cuaresma (Miércoles de Ceniza hasta el sábado de III semana), las lecturas van presentando, positivamente, las actitudes fundamentales del vivir cristiano y, negativamente, la reforma de los defectos que obscurecen nuestro seguimiento de Jesús.
En estas ferias, ambas lecturas suelen tener unidad temática bastante marcada, que insiste en temas como la conversión, el sentido del tiempo cuaresmal, el amor al prójimo, la oración, la intercesión de la Iglesia por los pecadores, el examen de conciencia, etc.
En los orígenes de la organización de la Cuaresma, sólo había misa (además del Domingo), los días miércoles y viernes. Por este motivo el leccionario de Cuaresma privilegia las lecturas de estos dos días con lecturas de mayor importancia que las de las restantes ferias. Dichas lecturas suelen ser relativas a la pasión y a la conversión.
2. En la segunda parte de la Cuaresma, (a partir del Lunes de la IV semana hasta el Triduo Pascual), el leccionario cambia de perspectiva: se ofrece una lectura continua del evangelio según San Juan, escogiendo sobre todo los fragmentos en los que se propone la oposición creciente entre Jesús y los “judíos”.
Esta meditación del Señor enfrentándose con el mal, personalizado por San Juan en los “judíos”, está llamada a fortalecer la lucha cuaresmal no sólo en una línea ascética, sino principalmente en el contexto de la comunión con Cristo, el único vencedor absoluto del mal.
En estas ferias, las lecturas no están tan ligadas temáticamente una respecto de la otra, sino que presentan, de manera independiente, por un lado la figura del Siervo de Yahvé o de otro personaje (Jeremías especialmente), que viene a ser como imagen y profecía del Salvador crucificado; y, por otro, el desarrollo de la trama que culminará en la muerte y victoria de Cristo.
Finalmente es bueno indicar que a partir del lunes de la semana IV aparece un tema quizá no muy conocido: el conjunto dinámico que, partiendo de las “obras” y “palabras” del Señor Jesús, llega hasta el acontecimiento de su “hora”. Para no pocos puede ser aconsejable hacer un esfuerzo de meditación continuada en estos evangelios en su trama progresiva. Este tema puede resultar muy enriquecedor. Aunque se conozcan a veces los textos, pocas veces se ha descubierto el significado dinámico que une el conjunto de estas lecturas, conjunto que desemboca en la “hora”de Jesús, es decir en su glorificación a través de la muerte que celebramos en el Triduo pascual.
III. NORMAS LITURGICAS
1. Con respecto al conjunto de las celebraciones.
Se omite siempre el “Aleluya” en toda celebración.
Esta mandado suprimir los adornos y flores de la iglesia, excepto el IV Domingo. (Domingo de la alegría en nuestro camino hacia la Pascua). Igualmente se suprime la música de instrumentos (excepto el IV Domingo), a no ser que sean indispensables para acompañar algún canto.
Las mismas expresiones de austeridad en flores y música se tendrán en el altar de la reserva eucarística y en las celebraciones extralitúrgicas, y en las manifestaciones de piedad popular.
2. Con respecto a las celebraciones de la eucaristía.
Excepto en los domingos y en las solemnidades y fiestas que tienen prefacio propio, cada día se dice cualquiera de los cinco prefacios de Cuaresma.
Los domingos se omite el himno del “Gloria”. Este himno, en cambio, se dice en las solemnidades y fiestas.
Antes de la proclamación del evangelio, tanto en las misas del domingo como en las solemnidades, fiestas y ferias, el canto del “Aleluya” se substituye por alguna otra aclamación a Cristo. Con todo, para subrayar mejor la distinción entre las ferias y los días festivos, creemos mejor omitir siempre este canto en los días feriales. Incluso en los domingos, es mejor omitir esta aclamación que recitarla sin canto.
Los domingos no se puede celebrar ninguna otra misa que no sea la del día. En las ferias, las señaladas en el Calendario Litúrgico con la letra (D), existe la posibilidad de celebrar alguna misa distinta de la del día. Si en las ferias se quiere hacer la memoria de algún santo, se substituye la colecta ferial por la del santo. Los demás elementos deben ser feriales (incluso la oración sobre las ofrendas y después de la comunión).
IV. RECOMENDACIONES Y SUGERENCIAS.
1. Textos eucológicos.
La Cuaresma es el tiempo del año que posee mayor riqueza de textos eucológicos (conjunto de oraciones de un libro litúrgico o de una celebración). La misa no sólo tiene propia la primera oración de cada día, sino incluso la oración sobre las ofrendas y la oración después de la comunión. Pero, además de estos textos obligatorios, subrayaríamos la importancia de otros formularios que pueden usarse libremente:
a. El acto penitencial de la misa.
Sería recomendable destacar, durante este tiempo, esta parte de la celebración. Podrían, por ejemplo, variarse cada día de la semana las invocaciones (la nueva edición del Misal Romano ofrece para ello una variedad de posibilidades), y cantar a diario –no limitarse a rezar- el “Señor ten piedad”. Es una manera sencilla de subrayar el carácter penitencial de estos días.
b. Oración de los fieles.
Convendría emplear algunos formularios en los que se atendiese el significado propio de este tiempo, y en los que se incluyeran algunas peticiones por los pecadores, a tenor de lo que se dice al respecto en el Concilio Vaticano II (ver Sacrosanctum Concilium, N. 109). Asimismo, y siguiendo el pedido del Papa, se pueden incluir peticiones por la paz del mundo, por la familia, por la defensa de la vida, y por las vocaciones.
c. Prefacios.
En el año A, todos los domingos tienen un prefacio propio que glosa el evangelio del día. En los años B y C, tienen prefacio propio los domingos I y II y el domingo de Ramos. Los restantes domingos, se usa uno de los prefacios comunes de Cuaresma. El más apropiado para el domingo IV es el prefacio I, por sus alusiones a la Pascua que, se avecina. En cambio el prefacio IV por sus alusiones al ayuno, no es apropiado para el domingo.
Para las ferias hay cinco prefacios. Todos estos prefacios habrá que distribuirlos de manera que ninguno de ellos quede olvidado. Por su carácter penitencial, el IV está especialmente indicado para los viernes.
c. 1 El espíritu de la Cuaresma en sus Prefacios.
La última edición de Misal Romano en castellano (1988), trae cinco Prefacios de Cuaresma, destinados a las cuatro primeras semanas de este tiempo.
La semana V y VI, como se recuerda, disponen de dos Prefacios de la Pasión del Señor. Los cinco prefacios cuaresmales son éstos:
Prefacio I: Significación espiritual de la Cuaresma.
A usarse sobre todo el domingo, cuando no hay señalado prefacio propio.
Este prefacio presenta cuatro líneas de fuerza:
En primer lugar define la actitud del cristiano en la cuaresma: “anhelar año tras año la solemnidad de la pascua”. Este prefacio presenta la meta positiva del proceso cuaresmal y de la vida cristiana: participar en plenitud del misterio pascual del Señor Jesús. Lo que deseamos y celebramos es el misterio de Cristo renovado en nuestra vida: la Iglesia, que se incorpora a la Pascua de su Señor.
En segundo lugar la tarea cuaresmal se describe con tres pinceladas: librarnos del pecado y purificarnos interiormente; dedicarnos con mayor empeño a la alabanza divina (vida de oración); y finalmente vivir más intensamente el amor fraterno (la caridad).
En tercer lugar subraya que la meta última a la que tiende el proceso cuaresmal es “llegar a ser con plenitud hijos de Dios”, en Cristo, el Hijo por excelencia, en quien hemos sido injertados por el Bautismo.
Finalmente, en cuarto lugar, el prefacio subraya que todo es iniciativa divina, a la que la persona humana debe corresponder según el máximo de sus posibilidades u capacidades: “por Él concedes a tus hijos anhelar, año tras año…” La Palabra de Dios y los Sacramentos nos ayudan en nuestro camino hacia la santidad.
Prefacio II: La penitencia espiritual.
A usarse sobre todo el domingo, cuando no hay señalado un prefacio propio.
Este prefacio subraya el sentido de la penitencia cuaresmal. La Cuaresma es presentada como un tiempo de gracia (tiempo de misericordia), que Dios nos ofrece para conseguir la purificación interior del espíritu. Vernos libres del pecado, de nuestros vicios y esclavitudes, reordenando adecuadamente nuestras potencias y pasiones, aprendiendo a usar los bienes materiales como medios y no como fines, comprendiendo su naturaleza perecedera y por tanto no apegándonos a ellos desordenadamente. Este es el sentido de la penitencia cuaresmal: cambio de mentalidad (metanoia), despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo.
Prefacio III: Los frutos de las privaciones voluntarias.
A usarse durante las ferias y los días de abstinencia y ayuno.
Este prefacio concreta aún más esta “penitencia” y señala el por qué de la abstinencia y el ayuno. El ayuno tiene una doble finalidad: por una parte mitigar nuestros apetitos desordenados, y por otra parte aliviar las necesidades del prójimo con el fruto de nuestra renuncia. Con ello damos gracias a Dios y nos hacemos discípulos e instrumentos de su amor.
Prefacio IV: Los frutos del ayuno.
A usarse durante las ferias y los días de abstinencia y ayuno.
Es el más antiguo de los prefacios cuaresmales. Se limita a destacar el ayuno como elemento central de la Cuaresma, presentándonos el aspecto “ascético” de este tiempo litúrgico.
Prefacio V: El camino del éxodo cuaresmal.
A usarse durante las ferias de este tiempo.
Este prefacio fue incorporado en la última edición del Misal Romano en castellano (1988). Tiene un título dinámico y sugestivo. Presenta a Dios como Padre rico en misericordia, quien toma la iniciativa de nuestra salvación porque “por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo –por gracia habéis sido salvados- y con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2,4-6). El prefacio presenta el camino de la Iglesia en la Cuaresma como un “nuevo éxodo”, donde la Iglesia está llamada a hacer penitencia y renovar su vocación de pueblo de la alianza nueva y eterna, llamado a bendecir el nombre de Dios, a escuchar su Palabra y a experimentar con gozo sus maravillas.
Además de estos cinco prefacios numerados, hay otros varios, prácticamente para cada domingo, sobre todo en el Ciclo A.
El domingo primero, se centra en las tentaciones de Jesús en el desierto.
El domingo segundo, sobre la Transfiguración del Señor.
Los domingos tercero, cuarto y quinto, tienen unos prefacios claramente bautismales, respondiendo a las lecturas evangélicas, que presentan los grandes temas cuaresmales del agua (la samaritana), la luz (el ciego de nacimiento) y la vida (Lázaro).
Como ya hemos indicado hay otros dos prefacios de Pasión, para los últimos días de la Cuaresma y Semana Santa.
Son once prefacios en total. Podemos sacar provecho de ellos para nuestra predicación y nuestra catequesis. En ellos están las ideas-fuerza del misterio de salvación que sucede en nuestro camino cuaresmal-pascual.
d. Plegarias Eucarísticas.
Pueden usarse las dos plegarias eucarísticas sobre la reconciliación, sobre todo los días miércoles y viernes, que son los días más penitenciales de la Cuaresma.
e. Monición introductoria al Padrenuestro.
Durante el tiempo de Cuaresma, puede ser sugestivo recalcar en la monición al Padrenuestro la petición: “Perdónanos nuestras ofensas”, o bien “Líbranos del mal”.
f. Bendición Solemne y Oraciones sobre el pueblo.
La nueva edición del Misal Romano en castellano (1988), ha incorporado una bendición solemne para este tiempo, que en la edición anterior del Misal no existía. Por ello será oportuno usarla sobre todo el Miércoles de Ceniza y los domingos de Cuaresma.
También se pueden usar para los domingos las “oraciones sobre el pueblo” que trae el Misal Romano al final del elenco de las Bendiciones Solemnes, y que son las antiguas bendiciones romanas. Para los domingos las más aconsejables son las de los números 4, 11, 18, 20 y 21. No hay que olvidar el domingo VI de Cuaresma o de Pasión tiene bendición propia.
Si para las ferias se quiere emplear alguna de las “oraciones sobre el pueblo”, las más apropiadas son las de los números, 6, 10, 12, 15, 17 y 24. La 17 resulta muy apropiada para los días viernes.
2. Programa de cantos.
a) Canto de entrada de la misa.
Este canto ha de dar el color cuaresmal al conjunto de la celebración eucarística. Debe ser penitencial o, en los días viernes y en las dos últimas semanas, alusivos a la cruz del Señor. Por tanto hay que poner mucho cuidado en su elección.
b) Salmo responsorial.
Se debe respetar siempre en la liturgia de la Misa y no ser alegremente sustituido por cualquier canto. No nos cansaremos de decir que el Salmo forma parte integral de la Liturgia de la Palabra; que es Palabra de Dios, y que la palabra divina nunca puede ser sustituida por la palabra humana.
En la medida de lo posible se debe cantar. Pero si la asamblea no puede cantar la antífona propia del salmo de la misa, se pueden buscar algunas antífonas aplicables a todas las misas, siempre y cuanto estas antífonas respeten el sentido del salmo.
Así por ejemplo se pueden seleccionar antífonas penitenciales, cuando el salmo sea penitencial (por ejemplo, “Perdón, Señor, Perdón”; o “Sí me levantaré”); o aclamaciones que aludan a la pasión del Señor, cuando el salmo sugiera la oración de Cristo en la cruz (por ejemplo “Protégeme Dios mío”).
En caso que esto tampoco se pueda hacer es preferible leer el salmo, y la asamblea responder con la antífona indicada, a cantar una respuesta que no tenga el mismo sentido del salmo.
c) Aclamación antes del evangelio.
Pueden hacerse estas indicaciones:
– Es mejor reservarla únicamente para los días más solemnes (domingos y tres primeras ferias de Semana Santa), y omitirla en las ferias.
– Nunca la debe cantar un solista (no es un segundo salmo responsorial), sino la asamblea o un coro. Lo mejor es que sea un canto vibrante y aclamación a Cristo que hablará en el santo evangelio.
d) Cantos de comunión.
Deberán evitarse los que tuvieren un matiz penitencial, pues la comunión es siempre un momento festivo. En el momento de comulgar no se trata de crear un ambiente cuaresmal, sino acompañar festivamente la procesión eucarística. Por ello es bueno para este momento de la Santa Misa escoger cantos alusivos al convite eucarístico.
e) Preparación de los cantos de la Vigilia y de la Cincuentena pascual.
Hay que dedicar durante la Cuaresma un tiempo cada semana para ensayar cantos pascuales. Esto no se sitúa solamente en la línea de una necesidad práctica con vistas a las fiestas y al tiempo litúrgico que se aproximan, sino que además contribuirá a vivir la Cuaresma como un camino hacia la pascua, creando el deseo de anhelar su celebración.
En esta línea, tiene tanta importancia los ensayos en sí como la explicación de algunos textos cantados. En estos ensayos cuaresmales debería procurarse que el repertorio pascual progresara de año en año, y, así, los cantos pascuales superaran los de los otros ciclos, como la Pascua supera en solemnidad las otras fiestas.
Como cantos más importantes podrían citarse:
Un “Aleluya” vibrante (y quizá nuevo) que, bien ensayado desde el principio de la Cuaresma, lo podría saber bien toda la asamblea.
Un “Gloria” solemne y extraordinario, que podría estrenarse en la Noche santa de Pascua y convertirse en el “Gloria” propio de la cincuentena, o por lo menos de la Octava de Pascua. Es bueno recordar que el “Gloria” que se escoja debe recoger en su totalidad el texto litúrgico del Misal Romano.
Aquel que cantará el “Pregón Pascual” en la Vigilia Pascual, deberá practicarlo con la suficiente anticipación y nunca dejar su ensayo para el último momento.
3. Preparación del cirio pascual.
El cirio pascual es quizás el signo más propio y expresivo de las celebraciones pascuales. Por ello, no es suficiente comprarlo (sería imperdonable usar el cirio de otros años, pues la Pascua es la renovación de todo), sino que es necesario ambientar su futura presencia, y, lograr que los fieles lo anhelen, pues el representa al Señor glorificado.
Por ello sugerimos que se organice el IV Domingo de Cuaresma una colecta entre los fieles para adquirirlo. El IV Domingo de Cuaresma, es el domingo de la alegría en el camino penitencial hacia la Pascua, y nos invita a pensar en la Pascua como una celebración ya muy próxima.
Con ello resultaría más verdadera la expresión que se cantará en el pregón pascual: “En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio”. Es evidente que esta expresión pierde todo su sentido si se usa un cirio que ya ha sido, por decirlo así, “ofrecido” anteriormente.
4. Oración, mortificación y caridad.
Son las tres grandes prácticas cuaresmales o medios de la penitencia cristiana (ver Mt 6,1-6.16-18).
Ante todo, está la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, el cristiano ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia entre en su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la oración del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38). Por tanto debemos en el este tiempo animar a nuestros fieles a una vida de oración más intensa.
Para ello podría ser aconsejable introducir el rezo de Laúdes o Vísperas, en la forma que resulte más adecuada: los domingos o en los días laborables, como una celebración independiente o unidos a la Misa; invitar a nuestros fieles a formar algún grupo de oración que se reúna establemente bajo nuestra guía, una vez por semana durante media hora. De esta manera además de rezar podemos enseñarles a hacer oración; incentivar la oración por la conversión de los pecadores, oración propia de este tiempo; etc. Además, no hay que olvidar que la Cuaresma es tiempo propicio para leer y meditar diariamente la Palabra de Dios.
Por ello sería muy bueno ofrecer a nuestros fieles la relación de las lecturas bíblicas de la liturgia de la Iglesia de cada día con la confianza de que su meditación sea de gran ayuda para la conversión personal que nos exige este tiempo litúrgico.
La mortificación y la renuncia, en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de la Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas; de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que nos presenta el ritmo de la vida diaria, haciendo ocasión de ellos para unirnos a la cruz del Señor. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y el desprendimiento. Incluso el fruto de esas renuncias y desprendimientos lo podemos traducir en alguna limosna para los pobres. Dentro de esta práctica cuaresmal están el ayuno y la abstinencia, de los que nos ocuparemos más adelante en un acápite especial.
La caridad. De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: “estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados”. Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquel a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. De esta manera, vamos construyendo en el otro “el bien más precioso y efectivo, que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana” (JuanPablo II).
“Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35). Según Juan Pablo II, el llamado a dar “no se trata de un simple llamamiento moral, ni de un mandato que llega al hombre desde fuera” sino que “está radicado en lo más hondo del corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros, y se realiza plenamente cuando se da libremente a los demás”. “¿Cómo no ver en la Cuaresma la ocasión propicia para hacer opciones decididas de altruismo y generosidad? Como medios para combatir el desmedido apego al dinero, este tiempo propone la práctica eficaz del ayuno y la limosna. Privarse no sólo de lo superfluo, sino también de algo más, para distribuirlo a quien vive en necesidad, contribuye a la negación de sí mismo, sin la cual no hay auténtica praxis de vida cristiana. Nutriéndose con una oración incesante, el bautizado demuestra, además, la prioridad efectiva que Dios tiene en la propia vida”.
Por ello será oportuno discernir, conforme a la realidad de nuestras comunidades, qué campañas a favor de los pobres podemos organizar durante la Cuaresma, y cómo debemos alentar a nuestros fieles a la caridad personal.
La oración, la mortificación y la caridad, nos ayudan a vivir la conversión pascual: del encierro del egoísmo (pecado), estas tres prácticas de la cuaresma nos ayuda a vivir la dinámica de la apertura a Dios, a nosotros mismos y a los demás.
5. La abstinencia y el ayuno.
La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un “ejercicio” que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; ver Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)
¿Qué exige la Abstinencia y del Ayuno?
La abstinencia prohíbe el uso de carnes, pero no de huevos, lactinios y cualquier condimento a base de grasa de animales. Son días de abstinencia todos los viernes del año.
El ayuno exige hacer una sola comida durante el día, pero no prohíbe tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche, ateniéndose, en lo que respecta a la calidad y cantidad, a las costumbres locales aprobadas (Constitución Apostólica poenitemi, sobre doctrina y normas de la penitencia, III, 1,2). Son días de ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Según acuerdo de los Obispos del Perú reunidos en Enero de 1985, y conforme a las Normas complementarias de la Conferencia Episcopal Peruana al Código de Derecho Canónico de Enero de 1986 aprobadas por la Santa Sede, el Ayuno y la Abstinencia puede ser reemplazado por:
– Prácticas de piedad (por ejemplo, lectura de la Sagrada Escritura, Santa Misa, Rezo del Santo Rosario).
– Mortificaciones corporales concretas.
– Abstención de bebidas alcohólicas, tabaco, espectáculos.
– Limosna según las propias posibilidades. Obras de caridad, etc.
¿Quiénes están llamados a la abstinencia y al ayuno?
A la Abstinencia de carne: los mayores de 14 años.
Al Ayuno: los mayores de edad (18 años) hasta los 59 años.
¿Por qué el Ayuno? Nos habla el Santo Padre:
“Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca el hombre a Dios.
“El abstenerse de la comida y la bebida tiene como fin introducir en al existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como “actitud consumística.
“Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según la cantidad y la calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.
“Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.
“El hombre de hoy debe ayunar, es decir, abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo solo cuando logra decirse a sí mismo: No. No es la renuncia por la renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo”.
6. La Confesión.
La Cuaresma es tiempo penitencial por excelencia y por tanto se presenta como tiempo propicio para impulsar la pastoral de este sacramento conforme a lo que nos ha pedido recientemente el Santo Padre y nuestro Arzobispo Primado, ya que la confesión sacramental es la vía ordinaria para alcanzar el perdón y la remisión de los pecados graves cometidos después del Bautismo.
No hay que olvidar que nuestros fieles saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año. Por todo ello, habrá que ofrecer horarios abundantes de confesiones.
7. La Cuaresma y la Piedad Popular.
La Cuaresma es tiempo propicio para una interacción fecunda entre liturgia y piedad popular. Entre las devociones de piedad popular más frecuentes durante la Cuaresma, que podemos alentar están:
La Veneración a Cristo Crucificado.
En el Triduo pascual, el Viernes Santo, dedicado a celebrar la Pasión del Señor, es el día por excelencia para la “Adoración de la santa Cruz”. Sin embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de la Cruz. De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.
En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios.
La Lectura de la Pasión del Señor.
Durante el tiempo de Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá llevar a la comunidad cristiana a preferir el miércoles y el viernes, sobre todo, para la lectura de la Pasión del Señor.
Esta lectura, de gran sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles tanto por el contenido como por la estructura narrativa, y suscita en ellos sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas cometidas, porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha sucedido para remisión de los pecados de todo el género humano y también de los propios; compasión y solidaridad con el Inocente injustamente perseguido; gratitud por el amor infinito que Jesús, el Hermano primogénito, ha demostrado en su Pasión para con todos los hombres, sus hermanos; decisión de seguir los ejemplos de mansedumbre, paciencia, misericordia, perdón de las ofensas y abandono confiado en las manos del Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz durante su Pasión.
El Vía Crucis.
Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión del Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de este ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: del Monte de los Olivos, donde en el “huerto llamado Getsemani” (Mc 14,32) el Señor fue “presa de la angustia” (Lc 22,44), hasta el Monte Calvario, donde fue crucificado entre dos malhechores (ver Lc 23,33), al jardín donde fue sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca (ver Jn 19,40-42).
Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad son los innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en los claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la subida a una colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una fisonomía sugestiva. En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas expresiones características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias del seguimiento de Cristo, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día su propia cruz (ver Lc 9,23) Por tanto debemos motivar su rezo los miércoles y/o viernes de cuaresma.
8. La Virgen María en la Cuaresma.
En el plan salvífico de Dios (ver Lc 2,34-35) están asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa. Como Cristo es el “hombre de dolores” (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en “reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,20), así María es la “mujer del dolor”, que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión. Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (ver Lc 2,35).
Por ello la Cuaresma es también tiempo oportuno para crecer en nuestro amor filial a Aquella que al pie de la Cruz nos entregó a su Hijo, y se entregó Ella misma con Él, por nuestra salvación. Este amor filial lo podemos expresar durante la Cuaresma impulsando ciertas devociones marianas propias de este tiempo: “Los siete dolores de Santa María Virgen”; la devoción a “Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores” (cuya memoria litúrgico se puede celebrar el viernes de la V semana de Cuaresma; y el rezo del Santo Rosario, especialmente los misterios de dolor.
También podemos impulsar el culto de la Virgen María a través de la colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María, cuyos formularios de Cuaresma pueden ser usados el día sábado.
V. NORMAS LITÚRGICAS COMPLEMENTARIAS.
1. Miércoles de Ceniza.
La bendición e imposición de la ceniza se hace después del evangelio y de la homilía. Con motivo de este rito penitencial, al empezar la misa de este día se suprime el acto penitencial acostumbrado. Por ello, después que el celebrante ha besado el altar, saluda al pueblo y, a continuación, se pueden decir las invocaciones, “Señor ten piedad”, (sin anteponer otras frases, pues hoy no son el acto penitencial), y la oración colecta, y se pasa a la liturgia de la palabra.
Después de la homilía se hace la bendición e imposición de la ceniza; acabada ésta, el celebrante se lava las manos y se continúa la celebración con la oración de los fieles.
2. Domingo IV de Cuaresma.
Por ser el domingo de la alegría en el camino cuaresmal hacia la Pascua, durante todo el domingo IV, desde las I Vísperas que se celebran el sábado anterior, es conveniente poner flores en el altar y tocar música durante las celebraciones. De esta manera se subraya a los fieles que esta cerca la gran fiesta de la Pascua y que el fruto de nuestro esfuerzo cuaresmal, será resucitar con el Señor a la vida verdadera.
3. Ferias de la V Semana de Cuaresma.
Las ferias de la V Semana de Cuaresma –antigua semana de Pasión- tienen unas pequeñas características propias: sin dejar de ser tiempo de Cuaresma, ya toman algo del color propio de la próxima Semana Santa y con ello inauguran, en cierta manera, la preparación del Triduo Pascual, llevándonos a la contemplación de la gloria de la cruz de Jesucristo.
Es conveniente no olvidar que en la misa, se dice todos los días el prefacio I de la Pasión del Señor.