Evangelio Hoy

Sábado de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario

Evangelio según San Lucas 18,1-8.

Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
“En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'”.
Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.

Reflexionemos

San Agustín (354-430)

obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia

Sermón 115, 1; PL 38, 655

«Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Trad. ©Evangelizo.org©)

¿Hay un medio más eficaz para animarnos a la oración que la parábola del juez injusto que nos ha contado el Señor? Evidentemente que el juez injusto no temía al Señor ni respetaba a los hombres. No experimentaba ninguna compasión por la viuda que recurrió a él y, sin embargo, vencido por el hastío, acabó escuchándola. Si él escuchó a esta mujer que le importunaba con sus ruegos, ¿cómo no vamos a ser escuchados nosotros por Aquel que nos invita a presentarle nuestras súplicas? Es por esto que el Señor nos ha propuesto esta comparación sacada de dos contrarios para hacernos comprender que «es necesario orar sin desanimarse». Después añade: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?» Si desaparece la fe, se extingue la oración. En efecto ¿quién podría orar para pedir lo que no cree? Miren lo que dice el apóstol Pablo para exhortar a la oración: «Todos los que invocarán el nombre del Señor serán salvados». Después para hacernos ver que la fe es la fuente de la oración y que el riachuelo no puede correr si la fuente está seca, añade: « ¿Cómo van a invocar al Señor si no creen en él?» (Rm 10:13-14). Creamos entonces para poder orar y oremos para que la fe, que es el principio de nuestra oración, no nos haga falta. La fe difunde la oración, y la oración, al difundirse, hace que se obtenga una fe firme.

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