Memoria del Inmaculado Corazón de María
Evangelio según San Lucas 2,41-51.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados”.
Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”.
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Reflexionemos
San Vicente de Paúl (1581-1660), presbítero, fundador de la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad
Entrevistas a las Hijas de la Caridad, 31/07/1634 (Trad. ©Evangelizo.org)
«Y vivió sujeto a ellos»
Como la obediencia perfecciona todas mis obras, es necesario que, entre ustedes, haya siempre alguien que se ocupe de ser superiora. A veces será una, a veces será otra. Es lo que hacemos en las misiones; ¿esto no les parece necesario? ¡Que Dios encuentre agradable la sumisión que ustedes le hacen para honrar la sumisión de su Hijo a San José y a la Santa Virgen! Estén alerta, hijas mías, de mirar siempre a la que sea superiora como a la Virgen María; vean incluso a Dios en ella, y se beneficiarán más en un mes que lo que harían en un año sin esto. Obedeciendo aprenderán la santa humildad; y ordenando por obediencia, enseñarán a las demás de forma útil. Quiero decirles, para animarlas a practicar la santa obediencia, que, cuando Dios me puso ante la Señora Superiora General, me propuse obedecerle como a la Santa Virgen, y Dios sabe cuánto bien me hizo.