Evangelio Hoy

Miércoles de la segunda semana de Adviento

Evangelio según San Mateo 11,28-30. 

Jesús tomó la palabra y dijo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. 
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. 
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.” 

Reflexionemos

San Buenaventura (1221-1274), franciscano, doctor de la Iglesia
De la vida de perfección

La humildad del Hijo de Dios

Aquel que con los ojos del corazón considera sus propios defectos debe «humillarse en verdad bajo el poder de la mano de Dios». De la misma manera, os exhorto, a vosotros que sois siervos de Dios, a humillar profundamente vuestra alma, y a despreciaros al conocer con certeza vuestros propios defectos. Pues «la humildad es una virtud, dice San Bernardo, por medio de la cual el hombre se considera vil, gracias a un exacto conocimiento de sí mismo».
Por esta humildad, nuestro Padre, el bienaventurado Francisco, se volvió vil a sus propios ojos. Amó a esta humildad y la buscó desde el principio de su vida religiosa hasta el final. Por ella, dejó al mundo, se dejó arrastrar desnudo por las calles de la ciudad, sirvió a los leprosos, confesó sus pecados en sus predicaciones y pidió que se le cubriese de oprobios.

Pero es sobre todo del Hijo de Dios que debéis aprender esta virtud. Él mismo lo dice «aprended de mí que soy manso y humilde de corazón», pues, según el bienaventurado Gregorio: «el que acumula virtudes sin humildad, tira polvo contra el viento». Al igual que el orgullo es el principio de todo pecado, del mismo modo en efecto, la humildad es el fundamento de todas las virtudes.

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